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Un mundo felizJaume Vives

Sobre cuadros y frikis

Como el hombre necesita algo parecido a un Dios de verdad porque en el fondo se sabe miserable y limitado, al final ha decidido someterse a la naturaleza

Llevan décadas con el rollo del cuento climático. Si sus profecías fueran ciertas, y no solo estrategia política, llevaríamos años sin petróleo y el mundo estaría cubierto por una nube morada que haría muy difícil la vida en él –esto último, aunque metafóricamente sí se ha dado–.

Nos decían que teníamos que haber sido borrados del mapa hace más de diez años, por el aumento del nivel del mar. Y es muy raro, según sus profecías, que todavía exista otro animal vivo, fuera del malvado hombre, sobre la faz de la tierra.

Esto es algo que siempre me ha despertado mucha ternura. Los dinosaurios no necesitaron el concurso del hombre para extinguirse, ni las grandes heladas para hacer su aparición. Pero mira por dónde, ahora somos tan poderosos que de nosotros depende toda existencia en el planeta. El pecado del ángel caído.

Como casi siempre, se me escapan las razones, en este caso, del culto a la tierra. Imagino que a falta de un dios en el que creer, el hombre se ha erigido como tal y ha creído ser la medida de todas las cosas. Y como el hombre necesita algo parecido a un Dios de verdad porque en el fondo se sabe miserable y limitado, al final ha decidido someterse a la naturaleza, a la que ve realmente imponente, con una fuerza invisible que lo subyuga. Y de ahí la moda del ecoterrorismo, que tiene por cierto muy poco de moda (hace años ya me hablaban en la universidad de unos tarados que ponían trampas en los árboles para herir de muerte a los despiadados asesinos de troncos, cuando se disponían a talarlos).

Otra opción que tampoco me parece descabellada es que todos anhelamos que el Apocalipsis sea de verdad y si es pronto mejor. Tenemos el deseo de una vida mejor que en este mundo ya hemos visto que no podremos alcanzar. Así que nuestra esperanza es ese final que no es otra cosa que el despertar a la eternidad. Y por eso, quizás de tanto desearlo, se han inventado un apocalipsis climático, que es el que corresponde a su religión.

Y claro, los niños del sistema, que han crecido con estas soflamas y que, como buenos hijos del sistema, son mediocres y tienen/tenemos el cerebro frito, es lógico que hagan el friki, y echen la ridícula sopa de tomate sobre cuadros y obras de arte. No era de esperar otra cosa. El activismo también está en horas bajas.

Si de verdad el mundo estuviera al borde del colapso, incluso a mil años de él, por la acción del hombre, me parecería muy poca cosa la sopa de tomate.

Pero que esto no nos desvíe de lo importante. La amenaza no está en el tontaina que vandaliza una obra de arte. Ni en la supuesta desaparición del planeta en los próximos años. La amenaza está en las élites que llevan años contando un relato de ficción para «pacificar» ciudades, señalar a los disidentes, controlar a la población, ahora para aumentar el consumo de sopa de tomate, y dentro de no mucho para volver a los confinamientos y a un control todavía mayor.

La sopa nos está avisando de lo que cada vez tenemos más cerca, que no es precisamente el fin del mundo por la acción del hombre.