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Agua de timónCarmen Martínez Castro

En defensa de las cajeras

El problema de Irene Montero no es su cualificación laboral o intelectual sino el obcecado e intransigente sectarismo que comparte con su equipo

De todas las críticas que está recibiendo Irene Montero por su chapuza de ley del «sí es sí» la única que no comparto es aquella que la descalifica por su pasado como cajera de un supermercado. Estoy convencida de que la inmensa mayoría de las cajeras, de los cajeros y también de les cajeres que pueda haber en nuestro país se hubieran comportado en un ministerio con más prudencia y sentido común que la ministra de Pedro Sánchez.

Creo también que Irene Montero hubiera resultado mucho menos fanática de lo que nos ha salido si hubiera pasado más tiempo en contacto con la realidad de un supermercado de barrio antes de aterrizar en un Ministerio. Con un poco más de humildad y un poco menos de soberbia, todos nos hubiéramos ahorrado este alarmante goteo de saldos en las condenas por delitos sexuales que en cualquier democracia ya hubiera acarreado dimisiones o ceses fulminantes.

El problema de Irene Montero no es su cualificación laboral o intelectual sino el obcecado e intransigente sectarismo que comparte con su equipo. Ahí tienen a Victoria Rosell, una señora juez, con todos sus estudios y su oposición, que se ha demostrado capaz de superar a su jefa en cuanto a obstinación y despropósitos se refiere; el último, pedir a los medios que dejen de informar sobre este escándalo.

El fracaso de esta ley lleva el sello de Irene Montero y de su equipo, pero también es el fracaso de todo el Gobierno, incluidos los tres jueces que se sientan en el Consejo de Ministros. Igualmente es responsabilidad de los grupos políticos que dieron su apoyo al bodrio siendo perfectamente conocedores de sus deficiencias técnicas. Irene Montero habrá sido cajera de un supermercado, pero Edmundo Bal es abogado del Estado, Aitor Esteban, licenciado en Derecho por Deusto y Meritxell Batet, profesora de Derecho Constitucional; así podríamos seguir hasta llegar a Patxi López, donde la excelencia intelectual alcanza otra dimensión. Por más que miren hacia otro lado, todos son tan responsables como Montero; todos estaban avisados y todos hicieron dejación de su responsabilidad por un absurdo seguidismo del grupúsculo más radical y obtuso de la política española.

Supongo que a esta hora Sánchez habrá aterrizado de su gira por el Lejano Oriente y estará haciendo evaluación de daños. ¡Con lo que le ha costado que Biden le dirija por fin la palabra y aquí nadie se entera porque el personal anda dedicado a contar los violadores que salen de la cárcel gracias a su ley! Bolaños buscará algún viejo franquista al que desenterrar después de ochenta años a ver si la cosa amaina y la gente se distrae; meterán otra palada de millones de publicidad institucional en los medios para engrasar afectos o montarán otra huelga de Sanidad en Madrid; lo que sea necesario para huir de este volcán que les está devolviendo incandescente toda la demagogia que han vertido sobre la sociedad española en estos años.

Pero esta vez el recurso fácil, la polarización, tampoco les va a servir porque este escándalo no tiene nada de ideológico, es de puro sentido común. Esto sí es motivo de conversación en el metro, en el autobús y hasta en la cola del supermercado del que Irene Montero nunca debió salir.