Humillada, pero no derrotada
El cierre de la guerra de Ucrania será determinante para entender el futuro tanto de la Alianza Atlántica como de la tantas veces anunciada dimensión internacional de la Unión Europea
Si Rusia buscaba con la invasión de Ucrania recuperar el prestigio perdido por la descomposición de la Unión Soviética, el resultado es el contrario del deseado. Rusia ha hecho el ridículo en el plano militar. Nos ha mostrado el penoso estado en el que se encuentran sus Fuerzas Armadas, consecuencia de una corrupción generalizada que ha venido corroyendo moral y capacidades. En el ámbito diplomático las cosas no le han ido mucho mejor. Si en un primer momento puso en evidencia la soledad del bloque atlántico, con el paso del tiempo los que la apoyaron se distancian y los distantes se suman a la condena de la invasión, aunque no mucho más. La incorporación de Finlandia y Suecia a la Alianza Atlántica no es tema menor. Sin duda, un descalabro para la diplomacia rusa.
Rusia ha sido humillada, pero no derrotada. Ya no puede optar a la victoria, pero todavía puede salvar los muebles. Tanto en Moscú como en Beijing las élites políticas descuentan la decadencia de Occidente, que se manifiesta en la incoherencia e inconstancia de su acción exterior. Se dice una cosa, pero se hace otra. Las medidas aprobadas no superan el paso del tiempo. Acordamos que China es un «reto sistémico» y a continuación el canciller alemán visita a Xi Jinping con su corte de CEO para garantizar inversiones. Se aísla a Venezuela por su repugnante régimen político y, de un día para otro, se modifica la política dejando a la oposición tirada en el estercolero de la incongruencia. De todo ello toman nota amigos y enemigos, actuando en consecuencia.
Rusia trata de estabilizar el frente militar en Ucrania, sabedora de que el resultado de la guerra no se va a dilucidar en el campo de batalla sino, una vez más, en la volátil opinión pública occidental. La combinación de alza de los precios y difícil acceso a las fuentes de energía está provocando un cambio de actitud en la ciudadanía de los estados más afectados que, más tarde o más temprano, tendrá efectos políticos. Si a ello sumamos la conquista por los republicanos de la Cámara de Representantes y el escepticismo de la elite militar de aquel país sobre la posibilidad de una victoria ucraniana, nos situamos ante un escenario en el que Estados Unidos, una vez más, podría cambiar su política, forzando al Gobierno ucraniano a negociar. Ucrania depende de la ayuda económica y militar occidental y más de la mitad procede de Estados Unidos.
Del mismo modo, aunque en diferente magnitud, Rusia depende de China, que le compra bienes y le facilita negociar con terceros. China podría forzar a Rusia a buscar una salida negociada. Es indudable que al Gobierno de Beijing le interesa acabar lo antes posible con un conflicto que daña su prestigio y perjudica su economía. Sin embargo, es muy probable que el equipo de Xi Jinping considere que la presión ejercida sobre Occidente provocará tales fisuras que, a la postre, favorecerá su objetivo hegemonista. El sorprendente viaje del canciller alemán, junto con el creciente número de manifestaciones contra la política seguida frente a Rusia en Europa, muy probablemente consolidan su posición de mantener el apoyo al Gobierno de Moscú. No hay prisa en forzar al Gobierno de Putin porque ya se ocuparán los occidentales de ahogar al Gobierno ucraniano y abrir una salida digna a Rusia.
Negociar implica dividir Ucrania, con todo lo que ello supone. Habrá entonces que preguntarse si ha tenido sentido el sacrificio en vidas y haciendas para acabar en tablas. Eslavos y escandinavos confirmarán su desconfianza respecto de franceses y alemanes, que siempre estuvieron dispuestos a dar una satisfacción a Rusia, pues no conciben una acción exterior de la que Moscú queda aislado. Serán muchos los que concluirán que lo ocurrido fue un paso más en el proceso de reconstrucción de Rusia. Ni el primero ni, lamentablemente, el último. El cierre de la guerra de Ucrania será determinante para entender el futuro tanto de la Alianza Atlántica como de la tantas veces anunciada dimensión internacional de la Unión Europea.