Mi Persona y el síndrome de la risa forzada
Cuando un mandatario imposta grandes carcajadas mientras habla su rival es que el panorama electoral se le está poniendo muy crudo
Antonio Vega, que albergaba tanto talento que ni siquiera la desdicha de la peor química logró achicarlo del todo, se convirtió a comienzos de los ochenta en el rey del pop de guitarras castizo. Una de las canciones de su grupo, Nacha Pop, se titulaba Sonrisa de ganador. Pero también existen sonrisas de perdedor. En el último debate en el Senado entre Sánchez y Feijóo pudo verse una.
Feijóo ha ido descubriendo con baños de realidad que la pelea de Madrid no es la de los pagos tranquilos del Parlamento del Hórreo, en el umbrío Santiago. El centrismo flemático se queda corto cuando estamos ante «la pesadilla más grande que ha vivido España» (en expresión de ayer del propio candidato del PP). No es posible escapar de la batalla ideológica cuando las leyes se convierten en un churro jurídico, cuando el partido del Gobierno legisla al dictado del separatismo golpista, cuando los organismos independientes rebajan cada día nuestras previsiones económicas y cuando ahí fuera hay una situación de emergencia en muchos hogares (tengo amigos que trabajan en Cáritas y me comentan que «nunca habíamos visto nada igual»).
Feijóo ha ido adoptando un tono más severo, acorde al esperpento del nuevo Frente Popular. En su intervención le lanzó a Sánchez varias preguntas concretas, referidas al delito de sedición, el de malversación y la nefasta resaca de ley del «solo sí es sí», ese alivio de violadores perpetrado por Irene Montero (y bendecido por Mi Persona, que es el que manda y el auténtico culpable).
¿Qué hacía Sánchez cuando su adversario le planteaba esas preguntas, que son las mismas que se hacen de manera pertinente millones de españoles? Pues estallaba en una forzada risa falsa, de cartón piedra, impostando junto a Nadia Calviño que se tronchaba con lo que le estaba diciendo Feijóo. Por supuesto no contestó a nada. Simplemente recurrió al comodín de la maldad metafísica de la derecha, machista y facha per se.
El síndrome de la risa forzada es siempre el retrato de un gobernante de capa caída. Mientras el Orfeón Progresista se dedica a pregonar que «el efecto Feijóo ya se ha diluido», o a a fabular con que es «un títere de Ayuso», los datos son tozudos: indican que el problema lo tiene el de la risa forzada. Ojeo el último barómetro de Electocracia.com, de hace solo tres días, un estudio que compendia todas las encuestas publicadas en España. La realidad es tozuda: ahora mismo Sánchez está fuera del poder, porque la derecha suma. El PSOE tiene cinco puntos menos de intención de voto que el PP, que ha ganado diez desde las generales de 2019.
España no es una isla en el vacío. Con la excepción de Alemania, Europa está girando a la derecha, porque los partidos socialistas son torpes en la gestión económica y flojos en la defensa de la identidad nacional, que vuelve a cotizar al alza en una era de incertidumbres por el malestar asociado a la globalización. Lo que es único en Europa, y en realidad totalmente friki, es tener ministros del populismo comunista sentados en el Gobierno de un país avanzado de la UE.
Un presidente de calidad sufriría para ganar las elecciones con una situación económica que estamos soportando en Europa. Uno malo, y con unos aliados imposibles, lo tiene casi imposible. Esa risa teatral es la máscara de la derrota.
(PD: Salvo que el presidente de moral más elástica que hemos tenido, el político que intentó en su día una votación-pucherazo tras una cortina de Ferraz, ose sopesar maniobras inimaginables. Creo que no lo hará –o que habrá maneras de frenarlo–, pero confieso que también creía que jamás convertiría el Código Penal en un clínex al servicio del PSOE. Y ahí estamos).