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El astrolabioBieito Rubido

Odio

Si algo caracteriza a la España de hoy es el autoodio, el que practican independentistas y nacionalistas periféricos: nada peor que repudiarse a sí mismos. Para ello incluso falsifican la historia y se inventan una tradición

Una España está sentada sobre sus cuentas corrientes de seguridad y la otra, tumbada en el confortable colchón de la vida subvencionada. Solo así se explica la narcotizada actitud del pueblo español ante la infamia perpetrada el jueves pasado en el Congreso de los Diputados, donde un Gobierno y un partido –el PSOE– que se dice democrático, pone en marcha el desmantelamiento del armazón legal que nos defiende de los partidos totalitarios y antidemocráticos. Porque conviene insistir en que no todas las formaciones que cuentan con la oportunidad y suerte de jugar a la política en España son democráticas, aunque sean votadas. Algunas de ellas son profundamente reaccionarias, aunque hablen de progresismo. Otras son enemigas de la democracia, aunque se envuelvan en ella y, finalmente, el PSOE vive una de sus mayores crisis al estar dirigido por una persona sin principios ni escrúpulos que está malvendiendo el patrimonio de todos los españoles por mantenerse en la cama de la Moncloa. Ya escribimos muchas veces en este mismo lugar que por el pragmatismo se llega a la delincuencia.

Con semejante estado de cosas, en una de las crisis más graves que se recuerdan, el quejido del pueblo es apenas perceptible. El silencio de los intelectuales es total y a quienes osamos decir algo se nos insulta, sin aportar un solo argumento. Si algo caracteriza a la España de hoy es el resentimiento, el que se profesan unos a otros; y el más tonto de los odios, el autoodio, el que practican independentistas y nacionalistas periféricos: nada peor que repudiarse a sí mismos, a sus raíces, a sus antepasados, a su historia. Para ello incluso falsifican la historia y se inventan una tradición.

En las entrañas de la historia de España, no sé si en Numancia o en Sagunto, o tal vez en algún lugar recóndito de la crónica desconocida de la Reconquista, debe estar ese gen tonto de una parte de España que se empeña en odiarse a sí misma y, por tanto, a los otros. El insulto corre de una garganta a otra, aunque parece que la izquierda es más sensible a la ofensa. Esa visión asimétrica, según la cual el odiador puede insultar al otro y enfadarse mucho cuando el agravio viene en dirección contraria, es uno de los rasgos de la visión totalitaria que algunos políticos padecen en el momento actual. Está por ahí el aullido de la política en general, el quejido sordo de una parte del pueblo, el desvarío de una porción de políticos y el espanto de la mayoría que busca una mano, algo a lo que asirse ante la ausencia de liderazgos claros en un período de mediocridad y falta de compromisos. El tiempo pasa, tritura las ideas y las actitudes, y España contempla cómo el ave rapaz del odio la devora a las palomas indolentes.

En la vida, al menos hasta ahora, siempre tuve más preguntas que certezas. En este momento mismo sé que desmontar los códigos que nos han ayudado a convivir es una involución que no nos podemos permitir y solo nos queda el consuelo de que algún día podremos votar para desterrar la infamia de la vida política española.

¿Dónde estará ahora mismo el político que lidere con orgullo a este país hacia el progreso real: prosperidad, paz, igualdad, concordia…?

Tal vez en parvulitos.