Iglesias y su fábrica de fango
Cuando uno se vende a un político acostumbra a obsequiarle con jirones de su integridad profesional
Hubo un tiempo en que decenas de periodistas, tertulianos la mayor parte, miraban arrobados a un grupo de lenguaraces de extrema izquierda que llegaron al poder, durante la crisis que arrancó en 2008, libando la angustia de los españoles, para hacer con ella su miel y su colmena, y llenar la faldriquera de sus medios de poder, influencia y dinero. Carearte con ellos en los platós era entrar en una guerra sin cuartel para rebatir su adoración por un señor con coleta, al que llegaban a comparar con Felipe González por su carisma en las urnas. Tan falaz era el argumento que a lo más que llegó el adorado líder de esos llamados periodistas fue a obtener cinco escaños en las europeas de 2014. Buen balance, no obstante, para un charlatán que no tenía dónde caerse muerto laboralmente más allá de su turbia colaboración allende los mares o intramuros de la Facultad de Políticas de la Complutense, convertida en su zona cero de sectarismo.
Esos compañeros y sus medios son hoy objeto de los insultos, burlas, si no injurias y calumnias, por parte de su antaño idolatrado gurú, Pablo Iglesias, su lugarteniente Echenique y la recua de feministas a sueldo del Ministerio de Igualdad. La venganza del exlíder de Podemos se la ha comprado el empresario independentista catalán, Jaume Roures, que le va a poner un canal de televisión desde el que lanzar su furia contra los que fueron sus valedores. Es tal su desfachatez, que incluso ha pedido dinero a sus seguidores para que se lo costeen.
Hace unos años, aquellos «finos» analistas intentaban hacerte comulgar con ruedas de molino, santificando al que consideraban el nuevo Mesías dispuesto a redimirnos de la enfermedad del capitalismo y de la corrupta democracia liberal. Los que nunca nos tragamos tamañas ruedas ni vimos en el movimiento del 15-M de 2011 ningún paralelismo con mayo del 68, sino el desahogo de una juventud a la que Zapatero mandó al paro y a la que los medios habían infectado de odio al sistema por la corrupción, hoy asistimos a la caída del caballo, con magulladuras dolorosas, de aquellos profesionales. Todos ellos arrastran los pies ahora por aquellos platós que inflamaban de amor reverencial a Iglesias, y se creen objeto de una conspiración malévola contra ellos, santo y seña de la libertad de prensa.
No diré que están tomando de su propia medicina, ni que la justicia poética siempre te espera al doblar la esquina de tu iniquidad, pero sí que el día que estos dolientes viudos de Iglesias olvidaron su decencia profesional para magnificar una operación política que jamás hubiera traspasado los confines de apoyo a IU (si no llega a ser por su imprescindible complicidad), ese día dejaron de tener derecho a invocar la libertad de prensa para defenderse de un totalitario, el mismo que hizo una excepción con ellos a cambio de que depusieran las armas profesionales ante él.
El problema es que en los archivos de Galapagar creo que hay guardada mucha munición para disparar a esos sesudos tertulianos. Cuando uno se vende a un político acostumbra a obsequiarle con jirones de su integridad profesional, que muchas veces se graban en audios, otras se escriben en tuits y hasta hay quien estampa su firma en contratos de publicidad o subvenciones varias, que te rescatan de la precariedad pecunial del periodismo. Entiendo que a esos amenazados con la máquina del fango de Iglesias a estas horas no les llegue la camisa al cuerpo, teniendo en cuenta que el proyecto personal de este sujeto pasa por morir matando.
El último de los perseguidos es Pablo Motos, que osó preguntarle a Elsa Pataky, que había acudido a su programa para promocionar una campaña ¡de lencería!, si dormía cómoda o con ropa sexi. A Irene Ceaucescu le pareció tan mal que ha denigrado al presentador en una campaña de un millón de euros públicos por osar hacer esa pregunta a una mujer, presuponiendo que nunca se la haría a un hombre. Motos emitió en su último programa toda la batería de entrevistas similares hechas a chicos donde jugaba también con sus gustos textiles en la cama. Sobra decir que la propia Pataky participó divertida en las bromas de Motos. Pero, claro, a las mujeres nos quieren infantilizar para marcarnos cómo y de qué cosas nos tenemos que ofender.
Motos es el penúltimo comunicador en ser puesto en la picota por los sicarios de Iglesias en las redes y por él mismo desde su podcast, donde sigue manejando los entresijos de Podemos y azotando a los medios que le bailaron el agua. Vendrán otros y otros. A ver si todos entienden la lección: el que con sectarios se acuesta, deshonrado se levanta.