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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Sánchez pasará a la Historia

Para pasar a la historia, no hay camino más recto que el de ser un monstruo. Y gustarse muchísimo

Escalofría escuchar la faraónica sandez del presidente: «…una de las cosas por las que pasaré a la Historia…» Una, quede claro que sólo una, entre las muchas. Que alguien pueda soltar tamaña patochada y no morir de apoplejía cursi tiene su mérito. En el momento de la toma de Jena, en 1806, Hegel creyó haber visto galopar al Espíritu Absoluto sobre el caballo del Napoleón triunfante. Pero el doctor Sánchez no tiene un Hegel que le escriba: tiene sólo espejo. Asume él mismo cantar su propia epopeya: «Una de las cosas por las que [YO] pasaré a la Historia…» Con la H más mayúscula, por supuesto.

Un chiste de vieja raigambre psicoanalítica narra el diálogo entre dos viejos cónyuges: «¿Sabes? Cuando uno de nosotros muera, yo me iré a vivir al borde del mar». En el futuro de la imaginación humana, mueren los otros. Y a los otros acaece todo lo pésimo. No es un mal automatismo de defensa. Se requiere todo el fuste moral de un Pascal para afrontar la dura realidad: que un hombre no es más que caña quebradiza, para triturar la cual no se precisan conspiraciones planetarias; una nadería basta. De esa fragilidad, Pedro Sánchez nada sabe. Suele pasarle a los más necios. Y a los más narcisistas. Porque las dos especies coinciden: no hay como la ignorancia para amarse uno muchísimo. Perecerá el mundo, perecerán todos en él, se dice Narciso. Yo perseveraré en la gloria. Es mi destino. Soy la historia. Y la historia, faltaría más, me absolverá siempre.

Pues tendrá compañía.

Gengis Kan pasó a la historia. Cifrar las matanzas que sus hordas consumaron nos es hoy imposible. Pero, a la historia, pasó.

Mustafá Kemal Atatürk, padre de la nación turca en 1923, pasó a la historia. No fue él, desde luego, quien inició el genocidio armenio, que con tanta precisión estudia el reciente libro de Ricardo Ruiz de la Serna. Únicamente lo remató: entre el medio millón y los dos millones de exterminados. Y Atatürk está en la historia.

Adolf Hitler planificó el exterminio total de la población judía europea. Al final, sólo le dio tiempo a asesinar a unos seis millones. Dejo fuera de contabilidad las cifras de la más espantosa guerra de la cual se poseen datos. Pasó a la historia, claro está.

Jósif Vissariónovich Dzhugashvili (alias Stalin, Koba para los amigos) borró a unos veinte millones de esa población civil a la que consideró un estorbo para asaltar los cielos. Y en la historia está, no hay duda. Para siempre.

Y, a diversas escalas, en la historia habita Jack el Destripador, aunque ignoremos su nombre; y el doctor Mengele, y el gris Hös que dirigía el exterminio en Auschwitz; y allí está Incitatus, senador y caballo de Calígula; y están los khmeres rojos camboyanos, y está Fidel Castro… Para pasar a la historia, no hay camino más recto que el de ser un monstruo. Y gustarse muchísimo.

Sólo a la curiosa mente del doctor Sánchez se le puede ocurrir envanecerse de ese tránsito. Ante el espejo, se ve ya más allá del Aqueronte. Conversando con sus iguales: con un Fernando VII, por ejemplo. Ante el espejo.