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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Hacienda charcutera

A partir de ahora, si nos sorprenden con los jamones y los chorizos –éstos, especialmente–, cobrarán sus comisiones en especies

Por orden del Gobierno, ya cerrado el expediente de Hacienda del Rey Juan Carlos con satisfacción y acuerdo por las dos partes, se ha abierto una nueva investigación, encaminada a retrasar la vuelta a España del Rey villanamente alejado. El Ministerio de Hacienda quiere imponer una sanción administrativa a Don Juan Carlos por no haber declarado los jamones que recibió de regalo con posterioridad a su abdicación de la Corona. Y no es una broma. En España, y más por estas fechas, son muchos los regalados con jamones. Yo mismo. Hace unos años me regalaban más jamones que en la actualidad, pero ni Cristóbal Montoro, que tiene aspecto de charcutero medio, se ocupó de los jamones. Los que me regalaban jamones para que escribiera bien de ellos ya me han olvidado porque jamás he vendido ni alquilado mi pluma a cambio de donaciones jamoneras. Mi precio es consecuencia de mi vanidad, y es alto. Si mañana recibiera de Sánchez un Bentley de regalo, no tendría inconveniente en escribir que pasará a la historia por haber exhumado los restos mortales de un fallecido 48 años atrás. Se trata de una acción heroica, muy habitual en la familia Sánchez, solo comparable a la resistencia de Blas de Lezo en Cartagena de Indias ante la poderosísima Armada inglesa al mando del almirante Vernon. Pero jamás cometería semejante fechoría por menos de un Bentley.

Hoy recibo de regalo sólo un jamón, y no lo declaro. Un gran amigo ganadero de Talavera de la Reina con campos en Extremadura me manda un jamón en diferentes recipientes al vacío, para evitar que me ampute un brazo con el peligroso cuchillo jamonero. Y además del jamón, me llegan en el mismo cajón, lomos, salchichones, chorizos y sobrasadas, todo un prodigio charcutero. Y si yo soy receptor de tan maravilloso regalo, resulta lógico que amigos del Rey Juan Carlos le regalen más jamones que a mí. Y eso tan importante para el futuro de España es lo que están investigando los inspectores de la sección de Charcutería del Ministerio de Hacienda, que no reparan, en cambio, en la cantidad de jamones que se zampan por la jeta los Sánchez, su familia y sus amigos, ora en la Moncloa, ora en las Marismillas, ora en la Mareta u ora en los Quintos de Mora. Sabido es que Montoro, el charcutero medio, estableció que los inspectores de Hacienda percibieran comisiones de las sanciones en investigaciones paralelas, lo cual se me antoja una vergonzosa atrocidad. A partir de ahora, si nos sorprenden con los jamones y los chorizos –éstos, especialmente–, cobrarán sus comisiones en especies. Por cada kilogramo de chorizo recibido de regalo y no declarado en Hacienda, el inspector charcutero se podrá quedar, para su casa, una cuarta parte del chorizo, depositando la mitad en la charcutería de la Agencia Tributaria, y autorizando que el receptor legítimo del embutido guarde para su consumo el restante 25 por ciento del sabroso producto, sea de Cantimpalos, de Pamplona, extremeño, andaluz, salmantino, o los más comercializados de Navidul y Revilla, qué maravilla.

También desea el Gobierno que Hacienda investigue las monterías a las que el Rey fue invitado y los gastos de sus desplazamientos. En ese apartado no fue investigado el inhabilitado juez Baltasar Garzón, que pasó varios años cazando de gorra y, en algunas ocasiones –sierra de Andújar, sierra Morena y sierra de Cazorla–, acompañado del entonces ministro de Justicia, Bermejo, que para colmo cazaba sin papeles. Ni el que escribe tampoco, que en los últimos años fue invitado a diferentes monterías, sin comunicárselo a Hacienda.

Todo forma parte del plan establecido y en marcha para terminar con la Monarquía Parlamentaria y dar un golpe de Estado a favor de la III República, en este caso, ya desde su principio, social-comunista-separatista-terrorista, liderada por el heroico político que pasará a la historia por mover de un sitio a otro los huesos de un muerto fallecido hace 48 años. Pero insisto. Si me regala un Bentley, y no un jamón, le prometo que gloso su hazaña, en prosa o en verso, a su elección.

Todos tenemos un precio.