Trapos sucios y banderas
Menos mal que hay una juventud, la que Sánchez ha relegado a la nada legándole un futuro huero y un paro juvenil de escándalo, que todavía defiende desde la escuela lo que otros ultrajan desde las sinecuras de sus despachos
La bienamada bandera nacional molesta a los odiadores de España. Ayer que jugó la selección, y el resto del año. Eso en sí sería una excelente noticia si no fuera porque el odio a nuestra enseña la fomentan los que deberían defenderla como obligación institucional. En una comunidad autónoma, antaño puntera en prosperidad y hoy sumida en una decadencia política preocupante, hay una presidenta, socialista para más señas, que está coaligada con lo peor de cada casa y que ha instaurado un régimen pancatalanista a mayor gloria de su continuidad en el poder. Es la región de Baleares, y la irresponsable que la dirige es Francina Armengol. Solo bajo su desgobierno se entiende que una profesora se haya arrogado el derecho de ordenar a sus alumnos que quitaran la bandera de España, enarbolada para jalear a la selección de fútbol, tachándola de mero «trapo».
Así se desintegra el fuero, el foro, la unidad nacional e incluso la familia. Porque los símbolos representan para los humanos los asideros que los salvan del caos y de la anarquía. En Baleares, como en Cataluña, el País Vasco, ahora en Navarra, y probablemente en la Comunidad Valenciana, ya no se pueden defender los colores de España sin que te tilden de anacrónico. Que una indocumentada resentida, que debería concentrar su docencia en aliviar a los niños de la incultura, se atreva a ofender una representación de nuestra nación, solo puede entenderse como parte del legado que el sanchismo está sembrando: el mejor reino para ese rey de ruinas.
En loor a tal señor, su lugarteniente en Baleares, una politicastra sectaria y acomplejada, ha convertido desde hace un par de años el paraíso balear en un castigo para médicos y pacientes. Enferma, poseída de nacionalismo, decidió que es más necesario para quien debe curarnos de una peritonitis hablar catalán que conocer los riesgos de una diálisis peritoneal. Por eso, hay centros médicos en Ibiza, Mallorca y Menorca donde las bajas de oncólogos se cubren de forma virtual, porque ni Dios quiere ejercer la medicina allí. La tal Francina, germen simbiótico de Pedro Sánchez, expedienta a los facultativos que no recetan ibuprofeno en catalán. Deben saber los ciudadanos baleares que los tumores, aunque se publicite así en el mundo de Francina, no se curan cantando Els segadors. Y que la barbarie se manifiesta odiando a los símbolos.
El caldo de cultivo ya se lo puso en bandeja el partido de Francina a la despreciable profesora: otra reforma del Código Penal, actualmente una hoja volandera en manos de Sánchez y sus socios, despenaliza las injurias al Rey y el ultraje a la bandera. En la España que nos está quedando no se le puede decir a Irene Montero que medró porque su marido la metió en el Gobierno, pero es desternillante limpiarse los mocos en nuestra enseña, como hizo Dani Mateo, de la factoría de Wyoming, un par de graciosillos tan valientes con nuestros símbolos pero tan reverenciales con la ikurriña, la estelada o las banderas islamistas, a las que no osan toser.
Menos mal que hay una juventud, la que Sánchez ha relegado a la nada legándole un futuro huero y un paro juvenil de escándalo, que todavía defiende desde la escuela lo que otros ultrajan desde las sinecuras de sus despachos. La bandera y la patria.