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GaleanaEdurne Uriarte

Fascistas y violentos: así demonizan a la derecha

Pedro Sánchez seguirá repitiendo «ultraderecha» en cada intervención, Echenique y Rufián hablarán del «fascismo», y algunos medios dirán que llamar fashionaria a Yolanda Díaz es una gravísima provocación ultra

Pedro Sánchez debió de torcer el gesto el pasado miércoles, cuando vio cómo Irene Montero destrozaba su estrategia de demonización de la derecha puesta en marcha unos días antes con la acusación de «violencia política». Irene Montero, responsabilizando al PP de «fomentar la cultura de la violación», demostró que, cuando se trata de violencia verbal, la extrema izquierda es campeona absoluta. Unos días antes, la izquierda política y mediática había puesto en marcha una campaña para desacreditar a la derecha, que incluyó un increíble artículo de El País resumiendo lo que llamaba «provocaciones ultra» violentas como tildar de «fashionaria» a Yolanda Díaz.

Se trata de la tradicional estrategia de demonización de la derecha que se redoblará en los próximos meses, como es habitual en cada campaña electoral, a pesar de traspiés como el de esta semana. La estrategia contiene habitualmente dos elementos: la acusación de fascismo y la de violencia, o el mensaje de que la derecha es un peligro para la democracia y para la convivencia pacífica. Es decir, la constante actualización del vídeo del doberman de 1996 contra Aznar. Esto se complementa siempre con el mensaje del miedo sobre un supuesto desmantelamiento del estado del bienestar que dejaría a los ciudadanos sin sanidad, sin educación y sin protección pública.

La estrategia de demonización funciona mucho menos que en el pasado, pero aún consigue algunos votos. En un país donde es la izquierda la que sigue siendo filocomunista, y parte de ella también filoetarra, el fantasma del fascismo agitado contra la derecha sigue encendiendo ánimos izquierdistas, por la fuerza de la memoria histórica de la dictadura franquista. Eso sí, ha perdido buena parte de su capacidad de movilización, como pasa con toda propaganda que no contiene al menos una pequeña parte de verdad. Pero todavía contribuye al ruido, a la imagen de derecha bronca, fea, desagradable, antigua, aquello del «nasty party».

La acusación de violencia política complementa lo anterior, y sirve, además, para enmascarar la verdadera violencia que ha afectado a la democracia española, la independentista y la de la extrema izquierda, con ETA como su más terrible expresión. Aún recuerdo cómo la izquierda hablaba de «violencia simbólica» en los años de máximo terror etarra, o el mensaje de que llamar español a un vasco que no quería serlo era el equivalente de asesinar, secuestrar o pegar una paliza. La relativización de la violencia para justificar la propia. De tal manera que, si la desigualdad o la discriminación son convertidas en violencia política, los Rodea el Congreso de la extrema izquierda o el enaltecimiento del terrorismo de los Pablo Hasél de turno son protestas legítimas de respuesta.

La estrategia se torció esta semana entre la torpeza de Batet y Gómez de Celis censurando la palabra filoetarra y el show de Irene Montero. Pero no por ello dejará de desplegarse en los próximos meses. Pedro Sánchez seguirá repitiendo «ultraderecha» en cada intervención, Echenique y Rufián hablarán del «fascismo», y algunos medios dirán que llamar fashionaria a Yolanda Díaz es una gravísima provocación ultra.