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Agua de timónCarmen Martínez Castro

El final de Ciudadanos

Esta última puñalada de Edmundo Bal a Arrimadas es para Ciudadanos lo mismo que significó el chalet de Galapagar para Podemos

Irene Montero ha organizado todo un espectáculo de victimismo para desviar la atención del fracaso de su ley de solo sí es sí. No es la única que juega al escapismo. Ahí tienen a Edmundo Bal, quien garantizó el apoyo de Ciudadanos al engendro que ya ha puesto en la calle a más de una decena de violadores, jugando también al despiste. En vez de darnos explicaciones por su apoyo al bodrio, el portavoz parlamentario de Cs nos está brindando un bonito espectáculo de cainismo difícilmente superable. Por lo visto, la regeneración política era esto.

Si los buenos ciclistas atacan para ganar, Edmundo Bal ha demarrado con innecesaria deslealtad para perder; para acabar de enterrar un proyecto político que merece un juicio mucho más severo del que habitualmente se le dispensa. Ciudadanos no ha servido ni para frenar al nacionalismo ni para frenar al sanchismo por una sencilla razón: porque ese nunca fue su auténtico objetivo. Acaso lo pudo ser en sus inicios, pero en cuanto dieron el salto de Cataluña a Madrid su verdadero proyecto pasó a ser retar la hegemonía del Partido Popular para reemplazarle. Algo muy parecido a lo que Edmundo Bal acaba de hacerle a Inés Arrimadas.

Habrá quien lamente este final de fiesta tan cainita, este duelo al sol por las migajas del centrismo liberal. Habrá quien se sorprenda por la crueldad del episodio en un partido que pasaba por ser el espejo de todas las virtudes políticas. La superioridad moral que Ciudadanos ha derrochado durante su paseo triunfal por la política española ha venido a desembocar en esta insólita sucesión de ingratitudes y deslealtades en su final; tanto regeneracionismo de boquilla ha terminado en un absurdo duelo de egos sin futuro alguno. Esta última puñalada de Edmundo Bal a Arrimadas es para Ciudadanos lo mismo que significó el chalet de Galapagar para Podemos, el final de la utopía adanista.

El triste colapso final del partido naranja tiene un aspecto positivo; constituye una lección impagable para que los votantes de centroderecha se reconcilien con el principio de realidad y abandonen de una vez la constante tentación de lo absoluto o las utopías de bazar chino que han fracturado el poderoso bloque electoral conservador.

Esta semana hemos comprobado de nuevo como la coalición de Sánchez con los enemigos de la Constitución avanza como un Panzer desmontando todas las defensas del régimen del 78. En otras circunstancias quizás sería legítimo jugar a la frivolidad y a los pellizcos de monja entre los distintos sectores de la derecha, pero estos años nos han enseñado las graves consecuencias de equivocarse de enemigo.

La única persona capaz de liderar una alternativa a esa labor de demolición institucional del gobierno Frankenstein se llama Alberto Núñez Feijóo. Eso lo saben hasta los votantes más fervorosos de Vox y también quienes desde los medios pretenden marcarle el paso al líder del PP. Curiosamente son los mismos que jalearon a Ciudadanos frente al Partido Popular; son los que siempre tienen razón porque nunca se presentan a las elecciones.