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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Crispación

Los inventores de la «violencia política» en España, desde 2004, se ponen ahora estupendos cuando les tocan un poquito la cara

Anda muy revuelta la División Acorazada Sanchista por la irrespirable crispación que se vive en España, y muy particularmente en el Parlamento, donde hasta la llegada de Vox todo lo máximo que se escuchaba era algún «córcholis» de Iglesias, un «pompi» de Rufián o un «cáspita» de Aizpurúa, la marioneta de Otegi.

De repente, decirle a la pareja de Pablo Iglesias que es ministra gracias a Pablo Iglesias, que seleccionó uno a uno a sus ministros, le exigió a Sánchez nombrarlos y los presentó en público antes que el propio presidente; es «violencia política».

La frase pudo decirse con más tacto y sutileza, sin duda, y a Vox conviene exigirle que modere el lenguaje por higiene pública y para no desviar la atención, pero el fondo del asunto es inapelable: Montero, que se cree Simone de Beauvoir y no pasa de verdulera de mercadillo, nunca hubiera llegado donde ha llegado de no ser la mujer de Iglesias y la madre de sus hijos.

El incidente ha espoleado a los almuédanos de Sánchez, que piensa lo mismo de Montero que cualquiera, a llamar al rezo pacifista desde los minaretes de sus mezquitas, como si algo gordo estuviera a punto de pasar y la «crispación» se fuera a tornar en violencia en cuestión de horas.

Les ha faltado comparecer en la puerta del Congreso, dejándose los pelos, para entonar todos juntos, y juntas, el Give peace a chance, con Iglesias y Montero disfrazados de John Lennon y Yoko Ono para darle veracidad a la escena. Y Sánchez, Unai Sordo y Pepa Bueno haciendo los coros junto a una representación de Bildu y ERC, muy afectados también por la nueva violencia fascista.

El ruido suele ser el maquillaje de la ignorancia, como las salsas excesivas son la coartada para camuflar la mala carne, y nadie podrá solazarse al ver a nuestros representantes públicos comportándose en público como los miembros de los trinitarios y los ñetas: España necesita bajar el volumen, pero para escuchar las explicaciones del Gobierno a tanta tropelía. No para imponer el silencio y acabar con la crítica.

Pero lo lleva necesitando años, y siempre a partir del relato correcto de los hechos, de la aceptación de la secuencia que ha derivado en un envilecimiento general de la política, ese paraíso de los charlatanes que denunciaba George Bernard Shaw.

Y para llegar aquí, hemos de recordar que desde 2004 toda la crispación, toda la violencia y toda la degradación han venido de la misma trinchera: fue Zapatero quien estrenó la banda sonora pidiendo «tensión» a un micrófono indiscreto de Iñaki Gabilondo.

Fue el PSOE, también, quien rodeó las sedes del PP tras el atentado del 11M; fue Podemos quien nació incitando al choque y han sido todos ellos quienes han hecho del escrache, la negación del adversario, la persecución de libertades, la imposición de su moral y la aplicación de cordones sanitarios una hoja de ruta implacable y una coartada para asaltar las reglas del juego institucional, jurídico y mediático.

En España han ardido las calles por un perro muerto de ébola; se ha rodeado y asaltado el Congreso para derrocar a un Gobierno; se ha linchado a policías en supuestas «marchas de la dignidad» y se ha llamado «jarabe democrático» al acoso al contrincante, sea político, periodista, juez o peatón.

Y todo ello mientras se blanqueaba la violencia real, la terrorista y la golpista, o se incluía en el Gobierno a un partido cuyo líder reivindica a algunos de los mayores sátrapas de la historia, siempre con el pin de la hoz y el martillo en la solapa.

Pero que se atrevan a llamar violento a una diputada o a un partido entero mientras indultan a golpistas, liberan a etarras y sueltan a la calle a violadores ya es el remate de esa inquietante ceremonia de legitimación del exceso propio y de acoso, por tierra, mar y aire, a la alternativa disidente que toda democracia sana debe saber defender.