Perfil
Las dos muertes fallidas de Leguina
Sánchez le odia porque representa todo aquello que él ha matado: espíritu de la transición y lealtad institucional
A Joaquín Leguina Herrán (Cantabria, 1941) le dio un infarto coincidiendo con el momento en que el PSOE traicionó al PSOE. Esos días en los que Zapatero dijo que los socialistas aceptarían el Estatuto que viniera del Parlamento catalán, los pasó Joaquín en la UCI del Gregorio Marañón. Coincidencia tan simbólica como que ahora Pedro Sánchez expulse al único presidente socialista que ha tenido la Comunidad de Madrid, territorio donde los ridículos de la izquierda van superándose elección tras elección. Es como si en un restaurante echaran al único cocinero con estrella michelín que llenaba día tras día, durante doce años, el comedor.
A Leguina ya lo mataron una primera vez. Lo hizo Zapatero, cuando el líder madrileño insinuó que quería presentar su candidatura a la Alcaldía de Madrid en 2003 y el presidente socialista lo mandó a la Comisión de Defensa del Congreso, aparcado en un despacho… con vistas a la calle, a la que se fue en 2008. Pero ese muerto quedó muy vivo. Tan vivificado que no paró desde entonces de cantarle al lucero del alba, reencarnado primero en ZP y luego en Su Sanchidad, que el socialismo que apoyaron los madrileños y que él encabezó en la Comunidad y Tierno en el Ayuntamiento, hace ya más de treinta años, no iba de traiciones a la patria, componendas con etarras y encamamiento con separatistas.
El socialismo que él encabezó en la Comunidad no iba de traiciones a la patria, componendas con etarras y encamamiento con separatistas
Leguina tiene a gala que una de sus canciones preferidas es «Mi carro me lo robaron» de Manolo Escobar y que sus amigos en política no conocen de siglas. Igual defiende a Pepe Griñán y demanda su indulto que acude a almorzar a la casa de Esperanza Aguirre con ella y con Alberto Ruiz-Gallardón. Con los dos las tuvo tiesas cuando estaba al frente del socialismo madrileño, pero con ambos coincide en añorar esa política donde se podía confrontar duramente con el adversario con la misma galanura con la que se le saludaba en el pasillo de la Asamblea de Madrid. Todavía resuenan en el viejo Parlamento madrileño de San Bernardo las diatribas de Leguina contra Gallardón: «Usted no puede presidir ni la comunidad de vecinos de su portal…» o cuando cabalgaba sobre los versos lorquianos para recordarle a su adversario del PP que «se disfrazaba de noviembre para no infundir sospecha». Tampoco se ha olvidado su hondísimo discurso en el Salón Canalejas de la Puerta del Sol cuando, después de presidir la Comunidad durante doce años, pasó los trastos a Gallardón, un mensaje preñado de sentido de Estado, espíritu de la transición y lealtad institucional. Los anatemas de su hoy verdugo sanchista.
Sánchez odia a Leguina porque representa todo aquello que él ha matado. Por eso, cuando en abril de 2021 vio la foto del expresidente madrileño con Isabel Díaz Ayuso y Nicolás Redondo en la Fundación dedicada a la integración de discapacitados, Alma Tecnológica, su sistema biliar colapsó. Una cosa era escucharle con Herrera todas las semanas cantándole las verdades del barquero y otra muy distinta dejarse fotografiar con su enemiga, a la que él e Iglesias iban a mandar al paro y que finalmente les hizo picadillo a los dos a partes iguales.
Es doctor en Económicas por la Complutense y en Demografía por la Sorbona de París mientras el jefe del Ejecutivo plagió su tesis
Leguina es la contrafigura de Sánchez. El cántabro obtuvo dos mayorías absolutas en Madrid y su hasta ahora jefe es el presidente del Gobierno con menor apoyo de la historia de la democracia. Joaquín es doctor en Económicas por la Complutense y en Demografía por la Sorbona de París y el jefe del Ejecutivo copió la tesis de varios cargos del Ministerio de Industria. El socialista purgado ha escrito una quincena de libros de éxito y al líder de Ferraz le tuvo que redactar su hagiografía su empleada Irene Lozano y no encuentra quien le compre su documental propagandístico. Joaquín, que se fue a su puesto de Estadístico del Estado cuando abandonó la política, pasará a la historia como un gran presidente, mientras su antítesis lo hará por vender la patria, desenterrar a Franco y tratar de enterrar a los disidentes de su partido.
El socialista expedientado se fue de la escena pública a sus asuntos y Pedro está pervirtiendo las reglas del juego para perpetuarse en el poder y, si no lo logra, afincarse en un cargo político internacional, creyéndose el socialista más relevante de Europa, subido en el bélico corcel del tiovivo, desde donde presume de dominarlo todo. Sánchez echa a sus ministros sin contemplaciones y Leguina inventó la fórmula de la «mesa camilla», donde distintas familias, entre ellas la todopoderosa facción guerrista, trascendían las diferencias y terminaban entendiéndose en el avispero de la Federación Socialista Madrileña. De hecho, el actual presidente dio un golpe en esa mesa camilla en 2015 y destrozó aquellos equilibrios echando a Tomás Gómez. Resultado: el PSOE hoy ya no es ni siquiera primer partido de la oposición a Ayuso y ha ido sacrificando a ministros, catedráticos y lo que está por venir en el altar de la fracasada izquierda madrileña.
El día primaveral de 1995 en que perdió la Comunidad de Madrid, Leguina tomó un taxi y se fue a su casa de la madrileña calle de Divino Pastor, donde siguió recordando a la madre a la que perdió siendo niño, pagando las cuotas de afiliado al PSOE y desahogando su desazón con la literatura y la urgente reflexión sobre el suicidio demográfico de su país. Allí siempre rememora cuando, en 1887, en la Asamblea Nacional Francesa, acordaron elegir al presidente de la República y Georges Clemenceau propuso votar «al más estúpido de todos nosotros».