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El observadorFlorentino Portero

El liderazgo alemán

Si el texto del canciller Scholz buscaba calmar las inquietudes norteamericanas sobre dónde se encuentra Alemania, dudo mucho que lo haya conseguido

Alemania es la principal potencia europea. Su demografía y capacidad industrial lo acreditan, a pesar de su débil dimensión internacional. El peso de la historia ha llevado a sus dirigentes a apostar por la versión «blanda» del poder, lo que en su caso es tan comprensible como problemático. Europa no puede permitirse que su primera potencia padezca esta limitación, que acaba afectando al conjunto de la Unión.

El Reino Unido y Francia hicieron todo lo que estuvo en su mano para impedir la unificación de las dos Alemanias. Sin embargo, sus presiones sobre Gorbachov no lograron el efecto buscado. El Muro fue derribado y, poco después, la Unión Soviética se disolvió. El miedo a una Alemania doblemente central, como eje político y geográfico del Viejo Continente, aceleró la aprobación del euro, que además de su sentido original asumía el de dique de contención de un marco que podría convertirse en la divisa de referencia continental.

La posición del Gobierno de Berlín es, por todo lo anterior, fundamental para entender el devenir europeo. Lo fue en materia interna durante la Gran Depresión, con la señora Merkel al frente, y lo es ahora, con el canciller Scholz tratando de resituar Alemania en un contexto internacional distinto y con un modelo industrial que sufre el mal de la edad. La salida del Reino Unido de la Unión no ha hecho más que subrayar esta situación.

En tres ocasiones el canciller ha fijado por escrito la posición de Alemania en política internacional. La primera fue en sede parlamentaria y tras una complicada visita a la Casa Blanca. Le tocó asumir el fracaso de la política seguida hacia Rusia y comprometerse a abandonarla, sumarse a una política de contención y apoyar a Ucrania en la defensa de su soberanía. En línea con esta intervención está su asunción de los dos textos aprobados en la cumbre atlántica de Madrid, de difícil digestión desde la diplomacia germana tradicional.

La segunda fue en Praga, en sede académica y aprovechando la celebración en esa extraordinaria e histórica ciudad de un Consejo Europeo. Allí Scholz presentó una interesante y apropiada reflexión sobre la historia y los valores europeos a propósito de la invasión rusa de Ucrania. A la hora de las propuestas señaló la hipótesis de que Estados Unidos abandonara el vínculo trasatlántico. Era evidente el compromiso de Biden, pero ¿qué pasaría después de él ante el creciente aislacionismo en el Capitolio? Scholz recuperaba los argumentos que hace un siglo expuso el austríaco Richard Koudenhove-Kalergi sobre la necesidad de una dimensión internacional de una Europa unida, como única salida para las naciones del Viejo Continente, tras perder en la I Guerra Mundial la centralidad de la política mundial. Ya entonces la decadencia estaba asumida, el reto era limitar daños y ganar opciones de futuro.

La tercera ha sido un texto publicado en la revista de política internacional más señera de Estados Unidos, Foreign Affairs, al que hacía referencia ayer desde estas mismas páginas Aquilino Cayuela. El marco condiciona el texto. Scholz trata de aclarar posiciones y superar dudas sobre dónde se encuentra Alemania en un momento capital de su política internacional. Vuelve a su reflexión sobre la evolución de Rusia, a su compromiso con Ucrania hasta la recuperación de su territorio de soberanía y a la necesidad de una defensa europea. Quizás los puntos más interesantes, teniendo en cuenta el destinatario del texto, son su compromiso de dotar a Alemania de unas Fuerzas Armadas acordes con los retos de nuestro tiempo, así como su visión de Europa en el nuevo entorno internacional.

El compromiso en invertir en capacidades militares es firme y creíble. Alemania y la Unión Europea lo necesitan. El liderazgo alemán en la definición, paso a paso, de una defensa europea es clave, aunque los obstáculos son enormes. El papel de Berlín en el desarrollo de una industria de defensa continental en el marco de la Revolución Digital es sincero, pero avanza a trompicones.

Si los norteamericanos pueden estar satisfechos con lo anterior, no creo que lo estén tanto con la visión de Europa en el mundo que el canciller propone. En su reivindicación de una posición europea autónoma, Scholz rechaza el argumento de fondo sobre el que se edifica la actual estrategia norteamericana y reivindica la posibilidad de entendimiento con China. Los intereses comerciales alemanes y europeos casan mal con una posición de firmeza ante el Gobierno de Beijing, pero la estrategia fijada por la Alianza Atlántica es un reflejo de la norteamericana. ¿Es posible evitar una contradicción entre ambas políticas? ¿Es viable la Alianza Atlántica con visiones tan dispares entre sus miembros? ¿Cuenta el liderazgo alemán con el respaldo de las restantes potencias europeas?

Si el texto del canciller Scholz buscaba calmar las inquietudes norteamericanas sobre dónde se encuentra Alemania, dudo mucho que lo haya conseguido. ¿De verdad las élites alemanas están dispuestas a hacer lo necesario para que Ucrania recupere Crimea, como se deduce del texto citado? Ya sé que la «machada» procede de la Declaración Conjunta de Madrid, pero reincidir en la afirmación, cuando los gestos cotidianos van en otra dirección, quizás no sea prudente. Su rechazo a dividir en bloques el planeta casa mal con su compromiso de defender a Ucrania hasta el final. Más parece una reivindicación de la política tradicional de Alemania hacia Rusia, aunque sin las dependencias y vulnerabilidades de antaño.

El liderazgo alemán es una necesidad, como lo es un consenso suficiente entre los estados miembros de la Unión sobre qué papel queremos jugar en la política internacional. Para el gobierno de Berlín poner su casa en orden no es tarea menor y por ello merece la comprensión de todos nosotros. Pero forjar dicho consenso, en estrecha colaboración con otros, es su irrenunciable obligación. Sin él la famosa autonomía estratégica europea es sólo palabrería.