El atizador de Félix Bolaños
Es imposible respetar a este Gobierno y entenderse con él cuando directamente niega el principio de realidad
Se trata de una justa legendaria en la historia de la filosofía. Aunque todo se sustanció en solo diez minutos. Lo sucedido lo relata con gran encanto y detalle el libro El atizador de Wittgenstein, publicado a comienzos de este siglo y que me atrevo a recomendar. Los hechos ocurrieron en la sala H3 del King's College de Cambridge, el 25 de octubre de 1946.
En una habitación caldeada por un grato fuego se reunieron unas treinta personas, algunas auténticas eminencias, para asistir a un debate organizado por el Club de Ciencias Morales, que animaba Bertrand Russell. El tema de la velada era una pregunta de apariencia sencilla: «¿Existen los problemas filosóficos?». Como contendientes, dos judíos vieneses con cabezas de altísima potencia: el ídolo local, el carismático, flamígero y peculiar Ludwig Wittgenstein, de 57 años, vástago de una riquísima familia; contra un profesor visitante de porte achaparrado, orejas prominentes y convencional aspecto burgués, Karl Popper, de 44 abriles. Fue el primer y único encuentro entre los dos pensadores y constituye ya materia de leyenda.
En cierto modo, Wittgenstein había dedicado toda su carrera a hacer papilla la filosofía, que rebajaba a algo similar a resolver acertijos intrascendentes. Una especie de pasatiempo pueril. Tampoco reconocía la existencia de unas reglas morales generales. Mientras argumentaba en esa línea nihilista, el impetuoso Wittgenstein se adornaba volteando con su mano el atizador de la chimenea. Cada vez más exasperado, acercando ya el espetón a la cara de su contendiente de una manera casi amenazadora, conminó de manera acalorada a Popper a que enunciase un ejemplo de principio moral. Impávido, con una flema a prueba de bombas, Popper le respondió: «No amenazar con un atizador a los profesores invitados». Esa sencilla y a la vez apabullante contestación levantó una carcajada de asentimiento en la sala. Wittgenstein, derrotado por una simple frase preñada de sentido común, abandonó la sala furioso y dando un portazo.
El atizador de Wittgenstein… Y el atizador de Félix Bolaños, con el que nos toma a todos los españoles por perfectos imbéciles. Preguntado el nuevo ejecutor de las tropelías de Sánchez por la rebaja de la malversación, que ha sido acometida a la medida de ERC, su respuesta en TVE fue la siguiente: «Es absolutamente falso que en la malversación se hayan rebajado las penas». La frase de Bolaños contradice la realidad (se han rebajado las penas de ocho a cuatro años de cárcel, lo cual supone una amnistía de facto para los participantes en el golpe separatista de 2017). No hay periódico español que no haya titulado que se han reducido las penas, incluido el órgano oficioso del actual Gobierno, El País. Y es que es imposible contar otra cosa, porque estamos ante un hecho empírico impepinable. No tiene vuelta de hoja. Es así.
Y sin embargo, Bolaños, con su habitual tono de regañina, miente impávido en televisión negando lo que es una evidencia.
No se trata de algo anecdótico. Ahí se resume el quid del enorme problema que plantea este Gobierno: estamos soportando a unas personas que en nombre de sus principios doctrinarios están dispuestas a blandir su atizador y negar hasta el principio de realidad. ¿Qué se puede acordar y debatir con unos políticos para los que la verdad no existe? ¿De qué se puede hablar con una gente que si les viniese bien serían capaces de salir a decirles a los españoles que una gallina es una vaca (y enseguida saldría el orfeón de televisiones y tertulianos «progresistas» a remachar que así es)?
En España afrontamos un problema político muy serio. Pero existe también un profundo problema moral: lidiamos con mentirosos profesionales.