Pedro Sánchez es trans
El Gobierno entra en frenesí y ya lo mismo amputa trozos de su cuerpo a niños que leyes y territorios a España
A Sánchez le ha dado más miedo que, en el próximo Orgullo, la División Hiperventilada Montero abuchee al PSOE que, por aprobar sin corrección su delirante ley trans, se someta a menores de edad a perjuicios físicos y psiquiátricos irreversibles.
En España, con la ley Mengele, un niño podrá cambiar de sexo sin apenas tutela desde los 14 años, esa edad en la que somos todo duda e inmadurez, especialmente en estos tiempos donde la multitud de impactos tecnológicos y sociales externos deforman aún más la percepción que tenemos de nosotros mismos.
Y antes de alcanzar la mayoría de edad, esos mismos chavales podrán someterse a mutilaciones físicas y a tratamientos químicos que generarán problemas de por vida en quienes se sientan conformes con el precio pagado y dramas irresolubles en quienes, ya tarde, se den cuenta de que ése no era su camino.
La ciencia ya ha demostrado, sin margen al error, que el trastorno de identidad de género existe a edades tempranas y que la percepción de que tu sexo genético no coincide con tu sexo sentido es, en buena parte de los casos, temporal: se pasa con el tiempo, esa medicina natural para una parte no desdeñable de los quebrantos púberes.
Actuar legislativamente en ese instante donde la cautela es exigible, en nombre de derechos que en realidad trivializan para consolidar la posible confusión y hacerla irreversible, no solo es probatorio del delirio talibán de una parte del Gobierno y del entreguismo infumable de Sánchez otra vez más; sino también de su ausencia de límites incluso con las mercancías más delicadas de una sociedad.
Porque mutilar a niños confundidos, permitir que Manolo sea Pepi en cinco minutos yendo al registro civil o recomendar la eutanasia a mayores enfermos es algo aún peor que comerciar con favores coyunturales para, a cambio de amputar un pene o un trozo de España, de aprobar una ley mutiladora o de anular los delitos de sedición o malversación; sobrevivir a duras penas en el triste trono de una Presidencia.
Supone reconocer que, en ese viaje, se está dispuesto a todo y nada ya es impensable si el abono del chantaje calma un rato al chantajista, que hoy exige convertir en norma el «sexo sentido» y mañana celebrar un referéndum de independencia, aceptado todo con la misma frivolidad por un dirigente político capaz de vender siete veces su alma al diablo para perdurar otro rato en el infierno.
Pero si España no protesta por ver cómo desmiembran a la vez a su Constitución, a sus instituciones, a sus poderes, a sus leyes, a sus costumbres e incluso a sus niños, se merecerá padecer por mucho tiempo a Pedro Sánchez, un Jack el Destripador de medio pelo que va dando clases de anatomía mientras trocea cuerpos salpicado de sangre. El trans es él.