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Ojo avizorJuan Van-Halen

Bálsamo del Perú

En buena parte de la antigua América española, un populismo radical, o directamente comunista, se ha extendido como una epidemia desde una estrategia orientada por el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla

Entre mis objetos singulares guardo un albarelo viejo y hermoso en el que se inscribe: «Bálsamo del Perú». Es un líquido viscoso con propiedades medicinales que nos llega de finales del siglo XV; mi albarelo obviamente está vacío. Creo que el momento que atraviesa el pueblo peruano precisa grandes dosis del bálsamo que lleva el nombre del país. Así, como el bálsamo de Fierabrás que todo lo curaba nació del cantar de gesta medieval francés y lo recogió Cervantes en el Quijote, el bálsamo del Perú podría curar las heridas abiertas por el expresidente Pedro Castillo. Que no son pocas ni leves. En el año y medio de la presidencia de Castillo la inestabilidad ha sido un bochorno nacional, con cinco presidentes de Gobierno y numerosos cambios de ministros, algunos por decepción propia y otros acusados de ineptos y oportunistas.

Como sucede en España, en Perú han padecido en los últimos tiempos a una tropa de políticos indigentes intelectuales, que en su mayoría no llegaban ni a mediocres, encabezados por Castillo, un maestro rural, el hombre bajo un sombrero que todos hemos visto en las televisiones y los periódicos. Llegó a la presidencia el 28 de julio de 2021 y el pasado 7 de diciembre intentó un autogolpe de Estado anunciando la disolución del Congreso y el nombramiento de un Gobierno de excepción. Fue detenido por la Policía Nacional cuando intentaba asilarse en la embajada de México. Luego se dijo que había sondeado a las Fuerzas Armadas para su posible apoyo. El Congreso decidió su cese en la Presidencia del país. Ahora permanece en prisión preventiva y está a cargo de la presidencia la hasta ahora vicepresidenta, Dina Boluarte, primera mujer jefa de Estado en Perú y el sexto mandatario en cuatro años.

En buena parte de la antigua América española, un populismo radical, o directamente comunista, se ha extendido como una epidemia desde una estrategia orientada por el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla. Mandatarios como Arce en Bolivia, Fernández en Argentina, Boric en Chile, López Obrador en México, Petro en Colombia, Xiomara Castro en Honduras, Ortega en Nicaragua, Cortizo en Panamá, Díaz-Canel en Cuba y Maduro en Venezuela, son la evidencia de que el extremismo filocomunista –o sin filo– no se disolvió con la caída del muro de Berlín. Castillo seguía esa línea. Dada su escasa capacidad intelectual acaso sin llegar a entenderlo. Pero asumiéndolo.

El Poder Judicial investiga a Castillo por rebelión y conspiración y tiene abiertos por la Fiscalía General otros seis procedimientos por corrupción, el último relacionado con la detención de Yenifer Paredes, cuñada del expresidente. Otro familiar de Castillo, su sobrino Jaime Vázquez Castillo, también es investigado por corrupción. En medios periodísticos de Lima se da por hecho que ha habido tráfico de influencias, adjudicaciones de obras y venta de cargos públicos. En el caso Puente Tarata se acusa a Castillo de liderar una organización criminal para aprovecharse del Estado. Dejó tantas huellas que se puede decir de él que ni siquiera era un hábil ladrón.

Castillo es un tipo que me caía mal –supongo que se aprecia– desde el mismo momento de su discurso de investidura. Este impresentable con sombrero arremetió contra España, en presencia del Rey Felipe VI, obligado a acudir por el Gobierno de Sánchez. Castillo, que llegaba al poder por escasos votos entre acusaciones de irregularidades –firmas fraudulentas y miles de votos de muertos–, mostró su resentimiento con la influencia española en Perú. Proclamó: «Debemos romper con los símbolos coloniales para acabar con las ataduras de la dominación que se han mantenido vigentes por tantos años» Y agregó: «Durante cuatro milenios y medio, nuestros antepasados encontraron maneras de resolver sus problemas y de convivir en armonía con la rica naturaleza que la providencia les ofrecía hasta que llegaron los hombres de Castilla». Se refirió despectivamente a los felipillos. Era llamado Felipillo el intérprete indio que acompañó a Pizarro durante la conquista de Perú. Castillo quiso hacer una gracia insultante para el rey Felipe VI. Un hortera iletrado.

Eso sí, a los pocos días, Monedero, el cobrador del frac de Podemos, apareció en Lima para ver qué sacaba. Tiene experiencia. Irene Montero no es la única cajera entre los podemitas.