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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Complot contra el Rey

Ha echado a su padre de España, le ningunea protocolariamente, le ha vaciado de papel institucional e, insaciable, pretendía su suicidio asistido

En una democracia liberal y europea, un ministro como Bolaños habría convocado una rueda de prensa, una hora después de haber recibido el enésimo revolcón del Tribunal Constitucional, para presentar su dimisión. Aquí no. Aquí lo hizo para deslegitimar a esa institución que le revoca, porque tiene como irrenunciable misión frenar los abusos de poder, vengan de donde vengan, pero especialmente si llegan incomprensiblemente de uno de los otros dos poderes del Estado. Lejos de ello, el ministro de la Presidencia, al que mi admirado Herrera llama con certera jocosidad Gracita Bolaños, lo hizo para secundar las comparecencias nocturnas de la tercera y cuarta autoridad del Estado, Meritxell Batet y Ander Gil, poco menos que deslizando que una decisión absolutamente normal del tribunal de garantías constitucionales era un complot de la ultraderecha (encarnada en el moderado Feijóo; mejoren eso, si pueden), las togas fachas y los medios fascistas. Vamos, una conspiración de media España contra la soberanía «popular», al estilo chavista, «que reside en el Parlamento». Mentira y gorda: la soberanía nacional, no popular, reside en el pueblo español y sus representantes son los diputados y senadores. Pero ellos no son depositarios de nada.

No hay más complot que la fusión de populistas, socialistas y separatistas para acabar con el Estado, con una punta de lanza, que es el propio Gobierno y especialmente su jefe, Pedro Sánchez. Hasta la declinante UE le recordó ayer que las reformas de calado requieren de consultas previas. Decíamos ayer, al estilo de Unamuno, que el TC era el penúltimo dique de contención, que afortunadamente ha funcionado, y que el último era el Rey, Felipe VI, un Jefe de Estado que empieza a ser el único reducto de los españoles que creían tener un país de valores, con sus claros y oscuros, pero de valores constitucionales y que ha terminado teniendo al frente a un Gobierno más propio de una novela de Vargas Llosa que de un Ejecutivo occidental y democrático, una impostura que asienta su poder sobre una mentira: su presidente, que es mentira de principio a fin, su formación, su ideología, sus promesas, su juramento presidencial. Todo.

Solo su narcisismo de discoteca le impide cambiar el traje pitillo (a veces color berenjena, ayer, uno oscuro, para ambientar el pretendido duelo de la democracia) por el chándal sureño, cuya estética redondearía sus políticas autoritarias. Hace unas horas, tal y como ha contado El Debate, se bajó del coche oficial y, dispuesto a desactivar ese último límite antes de llegar al Mississippi donde no hay ley ni formas, intentó echar un pulso al Rey en un pasillo de la Estación de Chamartín, para que también él burlara su papel constitucional de árbitro y defendiera públicamente su asalto a la Constitución. Es decir, le pidió que prevaricara y, de paso, se inmolara en beneficio del que le quiere sustituir como presidente republicano. Ha echado a su padre de España, le ningunea protocolariamente, le ha vaciado de papel institucional e, insaciable, pretendía su suicidio asistido.

Como Felipe VI sí respeta las reglas del juego le dijo que no. A partir de entonces, tensó la mandíbula e intentó menospreciar a la primera magistratura de España, adelantándose a él para saludar a los invitados, con gestos de matonismo incompatibles, desde el punto de vista de la psicología, clínica con la ostentación de un cargo tan importante. ¿Qué queda ya, señor Sánchez? ¿Mandar a Bolaños a Sálvame para que hable mal del Rey? ¿Censurarle el discurso del próximo sábado? ¿Filtrar que la Princesa de Asturias se ha quedado con un rotulador de un compañero del internado de Gales? ¿Conspirar sobre la extrema delgadez de la Reina Letizia? Lo del sanchismo y sus socios sí es un complot contra el Rey. El Rey es la víctima, Sánchez el verdugo.