Sánchez se asegura el puesto
Todo lo que ha ocurrido en la última semana es de una enorme gravedad. Demuestra que tenemos un Gobierno intentando finiquitar el espíritu de concordia que presidió la Constitución de 1978 y que la tentación totalitaria late muy viva en las actuaciones de Sánchez
Cuando se miente sin pudor se suele lograr durante un tiempo que la gran mayoría del público te crea. Especialmente si se presta una atención parcial a lo que está ocurriendo. Lo que ha vivido España este 19 de diciembre de 2022 debe figurar en los libros de Historia. Es verdad que lo sucedido no tenía un precedente de esta envergadura, aunque el Constitucional sí tuvo una intervención similar en Cataluña en 2017 durante el suceso de la fallida secesión. Y lo tuvo a instancias del Partido Socialista de Cataluña. Entonces sí creían válida una intervención del Constitucional contra la voluntad de los representantes de la soberanía nacional, que no popular, que son los diputados.
El mensaje de respuesta que hemos escuchado a los portavoces de las instituciones gobernadas por los socialistas y a los periodistas afines han sido, una vez más, de una sutileza digna de Goebbels. Hablan reiteradamente de «una decisión de la actual mayoría conservadora» cuando la verdad es que es una decisión del Tribunal Constitucional, que a lo largo de los años ha tenido mayorías conservadoras y socialistas. El equivalente norteamericano del Tribunal Constitucional es el Tribunal Supremo. Tiene nueve miembros vitalicios con mayorías cambiantes y dependiendo de quién sea el presidente en el momento de cada óbito. Como decía mi gran maestro, el profesor Francisco Gómez Antón, «los magistrados del Tribunal Supremo no se jubilan nunca y no se mueren casi nunca.» Pero que se vote 5 a 4 es lo más común. Y el resultado de la votación es una decisión del Supremo de los Estados Unidos. No de una u otra mayoría.
De lo que hemos visto en las últimas horas me ha llamado especialmente la atención que el lunes por la noche, después de comparecer ante los medios los máximos representantes del poder Legislativo, lo hiciera el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, a cuyo ministerio no le iba nada en esta batalla. Era un choque entre el Constitucional y el poder Legislativo. Y Bolaños no representa a ninguno de los dos. Pero es el Rasputín de este Gobierno, el que marca las estrategias. A pesar de lo cual, nunca dimite, aunque fracase en sucesivos empeños. Como tampoco lo hace Pedro Sánchez que probablemente es el único jefe de Gobierno o de Estado de Occidente que ha sido reconvenido tres veces por el máximo tribunal de su país y ni se ha planteado dimitir. Dos veces por la forma en que impuso la reclusión a todos los españoles durante la pandemia y ahora por el procedimiento para imponer la elección de los miembros del Tribunal Constitucional.
Porque aquí nadie niega que se pueda cambiar el procedimiento –aunque con ello se pierda imparcialidad. Lo que se denuncia es que Sánchez pretendía hacerlo por una vía que es ilegal, que el TC ya había advertido que lo era, y como le han frenado en seco, ahora resulta que los jueces son fascistas. Y la culpa –según Sánchez– de que él haya escogido una vía anticonstitucional ¡es del PP! Lo que no quieren reconocer de ninguna manera no sólo son sus propias culpas, sino que lo que está garantizando el Constitucional es que se haga una elección limpia. Y a eso le llama la izquierda española «impedir votar al Senado». Una vez más, mentir sin pudor.
Todo lo que ha ocurrido en la última semana es de una enorme gravedad. Demuestra que tenemos un Gobierno intentando finiquitar el espíritu de concordia que presidió la Constitución de 1978 y que la tentación totalitaria late muy viva en las actuaciones de Sánchez. Cada vez hay más razones para temer que podamos no tener unas elecciones generales limpias en 2023. Sánchez, el de la urna llena de papeletas detrás de la cortina en Ferraz el 1 de octubre de 2016, tiene ahora instrumentos mucho más efectivos para garantizarse permanecer en el poder. Dinamitará lo que sea para lograrlo. Le queda un año para asegurarse el puesto.