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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Balada triste de Navidad

Era bueno ir a la tienda de ultramarinos sabiendo que el tendero te iba a fiar, pues tenía tu palabra. Porque «palabra de honor» no era un escote de vestido, era el pacto firme e indisoluble que nadie osaba romper

Hoy, organizando la cena de mañana, he sido transportada a un tiempo pasado que añoro y que arroja una certeza: todo lo que creíamos bueno, lo era. Me he sentido liberada. Estaba a punto de claudicar ante el pensamiento único que está demoliendo nuestras tradiciones, nuestros sentimientos, los valores que nos transmitieron en casa, las enseñanzas de la madre, las regañinas de la abuela…, la taracea de nuestro ser. Resulta que era bueno levantarse en el autobús para dejar el asiento a una embaraza o a una persona mayor, incluso era bueno tratarles de usted.

Era bueno hacer las travesuras propias de la niñez sin enfrentarnos desvergonzadamente a quien nos reprendía. Era bueno respetar al profesor y que te temblaran las piernas cuando el maestro llamaba a tu padre para quejarse de tu rendimiento en clase. Era bueno tomar tres cafés para no dormir y estudiar un examen, porque si no te cateaban y en casa las cosas se ponían difíciles. Era bueno trabajar más que el otro becario que entró contigo para que el jefe se fijara en ti y te recordara a la hora de elegir.

Era bueno, muy bueno, dedicar una tarde a charlar con una amiga que lo estaba pasando mal, era bueno visitar a tu madrina que se había quedado viuda, provista de unos pasteles y una sonrisa. Era bueno mirar el reloj varias veces durante la tarde para que la hora impuesta para el regreso a casa no transgrediera la confianza. Era bueno volver sola pero no borracha para que tu padre y todos los que te conocían te respetaran. Era bueno que Círculo de Lectores llamara a tu puerta porque siempre habría un libro que saciara la inquietud de la adolescencia. Era bueno subirle la compra a la vecina o pedir el aguinaldo en Nochebuena o jugar con los primos al rescate o recoger la mesa a cambio de no secar los cacharros.

Era bueno estudiar en el Instituto que la Transición fue un logro colectivo. Era bueno hacer cola para escuchar en la Facultad a los políticos que tanto nos podían enseñar. Era bueno oír la radio y no conocer la cara de los locutores. Era bueno incluso llamarles locutores y no comunicadores. Era bueno pensarse dos veces si llamar al novio desde el teléfono del comedor, porque la celosa madre hipotecaba la conversación y te reprochaba el gasto. Era bueno ir a la tienda de ultramarinos sabiendo que el tendero te iba a fiar, pues tenía tu palabra. Porque «palabra de honor» no era un escote de vestido, era el pacto firme e indisoluble que nadie osaba romper.

Era bueno poner el belén con tus padres y cortar papel de aluminio para improvisar un río casero. Era bueno rezar cuando la madre o el padre enfermaban para rogar su sanación. Era bueno votar creyendo en lo que votabas. Era bueno entrar en la Unión Europea porque allí tus valores se iban a defender. Era bueno que un periodista preguntara a un político, aunque no fuera de su cuerda, y obtuviera una educada respuesta. Era bueno el castigo a los delincuentes como método disuasorio y no rebajarles la pena y hacerlos tus colegas. Era bueno querer más al abuelo y al vecino que al perro o al gato. Era bueno no insultar, ni levantar la voz, ni gritar al adversario. Era bueno el plato de lentejas de tu madre y no el tofu camuflado de hamburguesa. Era bueno tener ministros con carrera, experiencia y sentido de Estado.

Era buena la Navidad. Era bueno escribir christmas y no viralizar felicitaciones enlatadas. Era bueno Dickens cuando creó el relato occidental navideño que aun hoy está vigente. Porque en el fondo todos llevamos dentro un Fred que espera que los Scrooges de este mundo se humanicen y nos dejen cumplir nuestros sueños. Feliz Navidad.