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El astrolabioBieito Rubido

Otro año, otra Nochebuena

Ahora más que nunca, pongamos en valor el mensaje que los humildes pastores propagaron por el mundo hace más de dos mil años: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor»

Mayte Alcaraz, una de las mejores columnistas del panorama periodístico español, meció con su artículo de ayer algunas de las entretelas infantiles de mi memoria, cuando hacíamos cosas que ahora sabemos que estaban bien hechas. Mis recuerdos están preñados de evocaciones navideñas de la patria de la infancia. Al fin y al cabo, la patria viene, y es, de nuestro patrimonio intangible y emocional, lo que más valor tiene, por encima de lo material. En esos remolinos del tiempo se mezclan las ensoñaciones y la magia de aquellos días… y la música, los villancicos, la misa del Gallo, el Adeste Fideles, el calor de la mirada hermosa de la madre; y en ese momento el mundo es perfecto, porque nada emociona y conmociona más que la aprobación cariñosa de una madre. Y sabíamos y ahora corroboramos que aquello estaba bien, que la melodía navideña ante el belén formaba parte de una raíz profunda de civilización que se entierra en los siglos pasados, donde algún antepasado nuestro también plantó el árbol de la emoción navideña.

Esta noche, como todos los años, en un día como hoy, junto a mis hijos y a mi familia, con el recuerdo de los que se fueron y la satisfacción de saber que muchos amigos nos quieren, compartiremos la alegría de lo que hoy celebramos. Trataré de explicarles a mis nietos la importancia del nacimiento de Jesús, porque su llegada cambió y conformó la historia de la humanidad. Sabemos, por el evangelio de Lucas, que Dios todopoderoso quiso encarnarse en un bebé y nacer en un humilde establo aportando a la humanidad el deseo firme de la paz en la Tierra y la buena voluntad a todas las personas.

En esta Nochebuena, cuando inevitablemente nuestra infancia aflorará en algún lugar de nuestra memoria, tal vez nos tropecemos con la prosaica y compleja realidad del día a día, en la que se confunden el bien y el mal y en la que irrumpen todo tipo de inquisitivos personajes que quieren cercenar nuestra cultura, nuestra paz y hasta nuestra libertad. Por eso, más que nunca, pongamos en valor el mensaje que los humildes pastores propagaron por el mundo hace más de dos mil años: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor».