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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Me la juego

Tengo la edad suficiente para no sentir temor por escribir algo terrible. Papá Noel me cae mal

Actualizada 02:05

Tengo la edad suficiente para no sentir temor por escribir algo terrible. Papá Noel me cae mal.

Me jugué mi prestigio más joven, cuando reconocí que soy taurino y cazador. Un cazador enamorado de la naturaleza y sus criaturas. Me situé en el precipicio de la delincuencia social. Pero a mis años, no puedo cambiar de opinión, y aún menos disfrazarla de buenismo «progresista».

Me emociona el significado religioso y familiar de la Nochebuena. Y me aburre bastante el día de Navidad, del mismo modo que me produce un cansancio infinito el día de Nochevieja, y me gusta el 1 de enero. Desde que lo dirigiera Boskovsky, ningún año he dejado de ver el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena en el maravilloso escenario de la Musikverein. El día de Navidad, a pesar de sus menguadas horas de luz, siempre me ha parecido muy largo. Como a Pierre Daninos cuando visitó por vez primera Londres. «He estado todo un año en Londres. Un domingo». El 1 de enero equivale a la línea de salida hacia la luz. Mi meta, cada año que pasa, es llegar a la primavera. Me fascina el renuevo de los árboles, su victoria sobre la muerte del bosque detenido, y las extensiones interminables de los campos de Castilla y Andalucía cubiertos de amapolas. Antonio Mingote inmortalizó en uno de sus prodigios dibujados al español antiprimaveral. Un señor de negro, enfurecido. «¡Primavera, primavera, todos los años con la misma lata!». El día de Navidad, desde mi infancia, huele a turrón y frutas escarchadas. No es un olor desagradable, pero a quien no le gusta ni el turrón ni las frutas escarchadas, esa mezcla de aromas es perfectamente prescindible. Y vuelvo a Papá Noel. Me cae mal en todas sus versiones. Como Papá Noel, Santa Claus, «Santa» en los Estados Unidos, y demás subespecies. Ha invadido nuestras tradiciones. En España, los juguetes y los regalos siempre los han traído los Reyes Magos. Melchor, el de la barba blanca, Gaspar, el de la barba castaña, y Baltasar, el negro. Ahora no es correcto lo del negro, pero prefiero insistir en la incorrección antes de caer en la cursilería del Rey Mago subsahariano. Recuerdo un pequeño debate en la tertulia de Luis del Olmo al respecto. El Real Madrid terminaba de contratar al futbolista holandés, Clarence Seedorf, un jugador buenísimo y más negro que un teléfono de la posguerra. Se me ocurrió decir que, como madridista, me congratulaba del fichaje del futbolista negro. Una periodista, muy conocida y adherida al lenguaje políticamente correcto, afeó mi expresión. «Es inaudito, Alfonso, que te refieras a un futbolista como negro, cuando podías haber dicho que es subsahariano». Le respondí que decir que un futbolista es subsahariano habiendo nacido en Ámsterdam era una tontería. Pero la periodista insistió en sus memeces. Lo de Seedorf había salido a colación porque el siguiente domingo jugaban el Real Madrid y el Atlético en el Bernabéu. Y comenté que el Real Madrid ganaría a «los indios» sin dificultad. La periodista me llamó «racista» por lo de los indios. Y contribuí a extirparle el papanatismo de su menguado cerebro. «Me refiero a los indios, porque ellos mismos se han autodenominado así. Y lo han hecho con gran sentido del humor. Se reconocen como indios, porque acampan junto al río –El Manzanares–, odian a los blancos –el Real Madrid–, y su jefe se llama “Caballo Loco» –Jesús Gil–.

En conclusión, que no hay que tener miedo a hablar con naturalidad renunciando a imponer al lenguaje coloquial la cursilería analfabeta de la corrección política.

Y aquí termino. No es política ni socialmente correcto escribir, con absoluta falta de motivos, que Papá Noel me cae mal. Que me parece un tostón. De acuerdo. Pero me cae mal y me parece un tostón.

Y colorín, colorado.

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