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El astrolabioBieito Rubido

Años tristes

Sánchez es el primer presidente de un país que toma medidas contra su propia nación

Hay motivos para el optimismo. Ayer el Consejo General del Poder Judicial eligió a dos nuevos magistrados del Constitucional que no parece que vayan a deslizarse por la permisividad con los separatistas. En su día, Pascual Sala presidió un TC que dio carta de naturaleza legal a Bildu, una formación surgida de un grupo terrorista. Era el peaje que Zapatero se había comprometido a abonar a los etarras. Al mismo tiempo, Conde Pumpido decidió manchar su toga y la de algunos compañeros en el polvo del camino que, viéndolo con distancia, es lodo que tira de sus ropajes hacia el escarnio de la historia. Todo llegará. Ahora Sánchez trataba de dibujar un Constitucional ahormado a su hoja de ruta, tan inquietante como peligrosa para la integridad territorial de España. Sánchez es el primer presidente de un país que toma medidas contra su propia nación.

Insisto, de todos modos, en que hay motivos para tratar de levantarse hoy con una pizca más de esperanza. Incluso el plan presentado ayer por el inquilino de la Moncloa, más allá de que no hay dinero para él y es peronismo puro, es lo mejor que ha presentado hasta ahora en esa materia. Por supuesto que tiene goteras, pero dentro de lo malo, es lo menos malo que le hemos visto hasta la fecha, en medio de estos años tristes que la izquierda y su extrema versión nos han traído al conjunto de los españoles.

Son tiempos tristes los que vivimos. Cualquier detalle parece que nos levanta la moral. Todo depende de cómo queramos ver la botella. Hoy, que es el Día de los Inocentes, tal vez tengamos que apelar a esa inocencia original con la que el ser humano llega siempre a la vida, para tratar de ver el recipiente medio lleno. La humanidad actual se caracteriza por el miedo, miedo a lo que no sabe, a lo que desconoce. Cuando éramos felices e indocumentados todo nos parecía de color de rosa, ahora deambulamos por una sociedad sin compromisos, sin valores, sin principios; una sociedad infantilizada, donde cualquier osado, aunque su indigencia intelectual sea notable, puede llegar a dirigir un partido o a ser presidente de España. Es la decadencia de Occidente en su última versión. En nuestras manos está arreglarlo y no a base de descalificaciones. Nadie es inocente en este momento, en estos tiempos, en estos años tristes.