Brevedad literaria
Hoy es un día muy pesado. El de las inocentadas. Ha perdido intensidad en la tradición de las bromas, de buen o mal gusto, pero todavía tiene adeptos y practicantes. De ahí mi homenaje al talento de la brevedad, a la ráfaga literaria, al alarde de lo pequeño
En la literatura, lo breve no tiene que ser dos veces bueno. Puede ser breve y malo ó breve y bueno, pero poco más. Se dice que el cuento más corto de la historia de la literatura es obra del escritor guatemalteco Augusto Monterroso. «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». A mí, después de solicitar humildemente perdón a los pedantes, el cuento de Monterroso se me antoja, en efecto, brevísimo, pero no bueno. Es una tontería. Edgar Neville escribió un cuento breve mucho mejor. Adán y Eva en el Paraíso. «Adán se afeitaba la barba. Pasó Eva camino del río. Adán chisteó: Chist, Chist. Y Eva pregunto: -¿Es a mí?».
Son veinte palabras contra siete, pero con principio, nudo y desenlace. Como en el cuento corto de Enrique Jardiel Poncela del universitario de provincias que llega a su pensión de Madrid. «Pulsó el timbre. Abrió la dueña. –Soy el nuevo inquilino; - Pasa, hijo, que aquí te sentirás como en tu casa; -pues entonces, me voy-».
Días atrás, un comentarista de El Debate, resumió de manera breve y magistral la definición del políticamente correcto: «Es renunciar al propio criterio para conseguir la aceptación de una mayoría de imbéciles».
Se puede decir todo sin tener que explicarlo.
Al caballero.
La gala de Medina,
La flor de Olmedo.
El donaire. Como el de Juan Ramón Jiménez con la rosa.
¡Que así es la rosa!
Rubén Darío, el de los cisnes unánimes, la sonatina, Marcha Triunfal y un sinfín de cursiladas más, no obstante grandísimo poeta, ha sido causa de más de un suspenso en Literatura. A la propuesta en un examen final « Escriba de Rubén Darío», el alumno escribió; «Glorieta de Madrid, en el barrio de Chamberí». A mí, el Rubén Darío que me convence es el primero, el joven que no ha viajado y escribe en su Metapa nicaragüense natal.
Casi, casi, te he querido.
Si no es por el casi, casi,
Casi me caso contigo.
En una novela del Oeste americano, Kenneth Willis, no se extiende en la definición del pistolero James O´ Connors : «Era tonto. Por eso lo mató Jasper Mulligan». Ocho palabras. Una más que Monterroso con el cuento del dinosaurio que despertó y todavía estaba allí, lo cual se me antoja una obviedad. Willis consigue con ocho palabras la precisa definición de O'Connors, que era tonto. Y la muerte del tonto a manos de un listo, Jasper Mulligan. Siendo un malísimo escritor, vence a Monterroso.
Hoy es un día muy pesado. El de las inocentadas. Ha perdido intensidad en la tradición de las bromas, de buen o mal gusto, pero todavía tiene adeptos y practicantes. De ahí mi homenaje al talento de la brevedad, a la ráfaga literaria, al alarde de lo pequeño. Si no se les ha hecho pesada su lectura, me despido contento. Llevamos más de tres años de diarias inocentadas perversas, y necesitamos de un buen descanso. La brevedad sonriente, ayuda y alivia.