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Un mundo felizJaume Vives

Aparcar en Navidad: normas del hombre, ley de Dios

Ese día todo lo razonable vale. Si es necesario se puede incluso subir el coche entero a la acera. Lo importante no es aparcar el coche según las normas de los hombres sino llegar a tiempo a la comida para celebrar que Dios se ha hecho hombre

Cada año, cuando se acercan estas fechas, comentamos con mi familia un tema que este año me he decidido a poner por escrito: Aparcar en Navidad.

En las ciudades modernas, la presión en cuanto uno se sube al coche es asfixiante, el miedo siempre va de copiloto. ¿Se puede aparcar aquí? ¿Está permitido este giro? ¿Se llevará el coche la grúa si lo dejo aquí cinco minutos? ¿Asoma demasiado el culo del coche? Me he olvidado de poner parquímetro, ¿me llegará el papelito a casa?

En no pocas ocasiones el capítulo Bombita de la película de Ricardo Darín, Relatos salvajes, se cumple. Uno ya no sabe dónde poner la bomba, pero quisiera que estallara todo. Pero claro, ¿a quién culpar? ¿Al de la grúa? ¿Al que se protege detrás de un cristal blindado en el depósito municipal? ¿Al que va con el recetario y el móvil haciendo fotos a los coches mal aparcados? Con estos lo pagamos aunque más culpa tiene quien dicta las normas.

El tema es que todo esto deja de regir durante unos pocos días al año. Por lo menos aquí en Barcelona los días de Navidad, San Esteban, Año Nuevo y Reyes las normas del hombre se someten a la Ley de Dios.

Esos cuatro días uno puede aparcar como debería hacerlo todo el año, con cabeza pero sin miedo. A nadie se le ocurrirá bloquear la entrada de un parking u ocupar una plaza de minusválidos. Pero ya no importa de qué color está pintado el suelo, si el culo del coche asoma un poquito o un muchito. Ese día todo lo razonable vale. Si es necesario se puede incluso subir el coche entero a la acera. Lo importante no es aparcar el coche según las normas de los hombres sino llegar a tiempo a la comida para celebrar que Dios se ha hecho hombre. Ese día la norma de mayor rango ocupa el lugar que le corresponde, y la Ley De Dios impera en la calle.

Aunque solo sea cuatro días al año, mientras esto se conserve, todavía quedará algo de esperanza. Y aunque pueda parecer una chorrada, la civilización no habrá desaparecido por completo.

Entre las tinieblas de las ciudades modernas hiperreguladas se enciende cada año una luz, que igual que en Belén, ilumina y llena al mundo de Esperanza. Dios, hecho hombre, ha venido para salvarnos de la esclavitud del pecado que, dos mil años después, nos sigue asfixiando y nos mata.

Cada año tenemos la oportunidad de descubrir, aunque sea por el aparcamiento, que el mundo es mejor cuando las normas del hombre se someten a la Ley de Dios.