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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Cartilla de racionamiento

Sánchez anticipó que con el populismo habría hambre, cartillas de racionamiento y menos libertades. Y en esto ha cumplido

Pedro Sánchez ha mentido muchas veces, tantas que Pinocho parece a su lado un enfermo del síndrome de Tourette, pero hasta un reloj estropeado acierta dos veces la hora al día y al presidente, al menos en una ocasión, se le escapó una verdad.

Ocurrió cuando era socialdemócrata moderado, con la misma convicción que ahora le convierte en peronista, mañana en federalista y pasado en trotskista, si ello le vale para aguantar en el Falcon. Dijo, con esa solemnidad que siempre es la bisutería de las malas cabezas, que nunca pactaría con Podemos:

«El final del populismo es la Venezuela de Chávez, la pobreza, las cartillas de racionamiento y la desigualdad». Le faltó añadir, en aquel encuentro televisado con Gloria Lomana en Antena 3, que todo ello lo traería él y que por ello no necesitaba al original.

Ese momento ha llegado, entre aplausos de los receptores de la limosna y los altavoces sanchistas sonando como en Corea del Norte cuando el amado líder se elige a sí mismo el hombre más atractivo del mundo.

Ahora la cartilla de racionamiento se llama «cheque de 200 euros», y es una migaja impropia de un país europeo que además se utiliza para tapar el atraco previo y esperar que la víctima se sienta en deuda electoral con el dadivoso peronista.

Lo cierto es que enero arrancará sin el descuento en la gasolina, con las hipotecas disparadas, las cotizaciones gravadas por un nuevo «impuesto para las pensiones», la cesta de la compra un 15 por ciento más cara, la luz y el gas a precio de caviar y un ramillete de varapalos fiscales con distintas excusas lascivas que generarán un empobrecimiento duradero a millones de familias trabajadoras y la ruina a miles de pequeñas empresas.

La noticia que Sánchez dio fue que la gasolina va a volver a subir porque el Gobierno no piensa renunciar a todo lo que ingresa con ella ni tiene intención de apretarse el cinturón ya sin agujeros del resto; pero las crónicas sanchistas venden un notable éxito social en la rebaja de unos centimillos en macarrones.

La perversidad del presidente solo es superada por la de sus corifeos, capaces de sostener lo uno y lo contrario, como él, en cinco minutos: el mismo Consejo General del Poder Judicial que era franquista y estaba bloqueado por el PP es de nuevo decente cuando, sin intromisiones políticas, decide hacer su trabajo para renovarse, poniendo en evidencia a toda la purria que se ha tirado días denunciando un golpe de Estado con togas y preparando el obsceno asalto ilegal a la Justicia.

Y la misma tropa que criminalizaba bajar impuestos, si lo hace Ayuso o lo propone Feijóo, aplaude con las orejas una mínima reducción si con ello ayuda a tapar la verdadera naturaleza del plan anticrisis de San Jong Un:

Primero se lucra con la inflación, un drama para la sociedad y un chollo para el Gobierno y después, ya perpetrada la fechoría, invierte un tercio del botín en intentar comprar voluntades electorales, con cheques bolivarianos, descuentos menores y un intento descarado de enfrentar a la España que paga y a la España que cobra.

La primera no puede más y a la segunda no le va a llegar con las limosnas, que durarán el año electoral y luego dejarán una ruina para décadas, pero en el enfrentamiento entre ambas Sánchez encuentra su hábitat electoral idóneo.

Si los pobres son sus clientes, habrá que generar el mayor número de pobres posibles. Y darles una cartilla de racionamiento, un cheque cultural y un PER renovado para que nos falte de todo pero a Pedro no le falte de nada.

Y todavía hay gente que aplaude.