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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Pedro Sánchez de Kirchner

Cuando los sentimientos importan más que las leyes y las paguitas más que las empresas los países empiezan a estropearse

Aunque la cháchara de relleno con desconocidos no es mi fuerte, ante el éxito de su país en el Mundial felicito al dependiente de una tienda de empanadillas argentinas, tal vez las mejores de Madrid. A partir de ahí, charlamos un poquito. Él cuenta que lleva aquí un año y que está «encantado» con la ciudad y con España. Había pasado una temporada corta tiempo atrás y no paró hasta volver para quedarse. Explica que agradece el nivel de vida, la seguridad, el orden, la red sanitaria… Hasta que en medio de los elogios suelta una pequeña y reveladora crítica: «Pero últimamente es como si ustedes quisieran estropearlo. Empiezo a escuchar las mismas cosas que se decían en Argentina hace veinte años, y ya se sabe cómo acabó aquello…».

Me temo que el filósofo de las empanadillas lleva razón. Cuando los sentimientos, encarnados en una inaprensible «voluntad popular», importan más que las leyes. Cuando las paguitas importan más que las empresas. Cuando el caudillaje de un gran ego demagógico importa más que el juego limpio y el elemental respeto al adversario. Cuando el resentimiento social importa más que la admiración hacia el que triunfa y el afán de emularlo. Cuando ocurre todo eso a la vez… los países acaban yéndose al carajo. Le ha ocurrido, en efecto, a Argentina, riquísima nación a la que emigraron muchos de nuestros antepasados y que lleva cuarenta años en el diván, infectada de peronismo, verborrea vacua, propaganda, trucos y antiliberalismo.

La economía siempre presenta altibajos. España se recuperará (aunque está engordando su deuda de modo muy peligroso). Pero lo que tiene un dificilísimo arreglo es pegar los trozos de un jarrón roto. Y la loza que conforma España está agrietándose, por la corrosión de las instituciones a manos de lo que llamamos «sanchismo» y porque peligra la unidad de la nación, debido al entreguismo felón del PSOE ante los separatistas catalanes (y vascos).

Les deseo que hayan tenido la fortuna de no haber soportado el balance de fin de año de Sánchez de Kirchner, donde presentó su programa peronista para comprar votos en los comicios de 2023. Por imperativo profesional tuve que digerirlo íntegro y hubo algo que me asombró: al parecer en España no existen las empresas ni los empresarios. Todas las medidas se dirigían a parchear los daños económicos mediante subsidios, pero ninguna a ayudar a las empresas para que puedan dinamizar el país y poner a más gente a trabajar.

Este planteamiento, más obsoleto que el gramófono, se llama socialismo y es lo que estamos soportando en España. La historia nos enseña que siempre acaba mal, porque resulta contradictorio con la propia naturaleza de los seres humanos, que por desgracia no somos ángeles, sino que en general nos movemos por nuestro propio interés y la ambición de vivir bien.

«No es de la benevolencia del carnicero, el cervecero y el panadero de donde obtenemos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses», señaló Adam Smith con inteligente claridad allá en su siglo XVIII. Así es. Pero en lugar de fomentar que existan muchas carnicerías, cervecerías y panaderías, en lo que está nuestro Gobierno de socialistas y comunistas es en crujir a los empresarios y en que el Estado seduzca con una paguita a sus hipotéticos clientes. Una economía sana simplemente no funciona así. Ni tampoco la subvención es la manera de fomentar la dignidad y creatividad de las personas.

Lo siento: no soy socialista, ni admirador de Cristina K, ni creo en el lema «el dinero público no es de nadie», hito dialéctico de la burramia izquierdista formulado por la inolvidable Carmen Calvo.