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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Un hombre realmente maravilloso

Solo en una era donde la idiocia campa a sus anchas puede existir gente que critique a una figura del valor de Benedicto XVI

Ya no se fabrican muchas personas de la calidad de Joseph Aloisius Ratzinger. Un intelectual respetadísimo, incluso por sus pares que discrepaban de sus tesis. Un hombre de Dios, en realidad es lo más importante de su vida. Una persona dulce y modesta, a pesar del potentísimo tesoro neuronal que albergaba bajo su pelo cano. Un hombre que fue capaz de asumir la cátedra de Pedro cuando lo que deseaba era retirarse a leer, pensar y escribir. Un príncipe de la Iglesia capaz de abstraerse de toda soberbia y dar un insólito paso atrás cuando sintió que le flaqueaban las fuerzas para encarar la altísima tarea que tenía entre manos, liderar el catolicismo. Un Papa capaz de recluirse en un conventillo vaticano desde 2013 hasta 2022 para no interferir ni molestar. Un políglota que hablaba con soltura seis idiomas y leía en griego y hebreo. Un melómano que tocaba el piano y volaba de la mano de Mozart («su música me llega muy hondo, es tan luminosa y al mismo tiempo tan profunda...»).

El valiente que dio los primeros pasos para atajar los problemas de los abusos y las contabilidades turbias. Por supuesto, el teólogo profundo que trabajó para que fe y razón se diesen la mano. El pensador que denunció la «dictadura del relativismo», esa vacuidad hedonista que a veces nos arrastra a todos. El intelectual avanzado que dejó bien claro que «se debe reconocer sin reservas lo que tiene de positivo el desarrollo moderno del espíritu».

El hombre que sorprendía a quienes se acercaban a él por su mirada amable y su esmerada delicadeza en el trato. El clérigo sensible y con visión, que escuchando en Munich un concierto de Bach dirigido por Leonard Bernstein cuchicheó a su compañero de la butaca de al lado: «Cualquiera que escuche esto sabe que nuestra fe es la verdadera». El ensayista consciente de que la claridad es la cortesía de la inteligencia, por lo que fue capaz de expresar con palabras llanas y frases límpidas los más abstrusos conceptos.

Un hombre maravilloso. Por lo que solo en una era donde la idiocia campa a sus anchas es posible presentarlo como un «reaccionario» y desdeñar el valor de su formidable ejemplo y magisterio.

Benedicto XVI ya está con Dios, al que consagró su vida. Desde aquí solo queda admirarlo, darle las gracias y aprender del magisterio de un sabio humilde, que se definió de esta elegante manera: «Soy un cooperador de la verdad».