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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Cinco días sin verlo; qué paz, qué relax

Realmente no resulta muy difícil saber quién ha convertido la política española en un avispero

Qué agradable sensación. Un alivio similar al que experimentas cuando un electrodoméstico que hace un zumbido molesto de repente enmudece y retorna el silencio al hogar. Solo te das cuenta de lo desagradable que era el sonido una vez que ha desaparecido.

Con determinado personaje me está sucediendo algo similar. Llevamos cinco días sin verlo y escucharlo y se diría que en este país se respira mejor, que ha mejorado el ambiente. No es muy difícil saber quién ha convertido la política española en un avispero.

He charlado con un montón de familiares y amigos esta Navidad, como todo el mundo, y resulta curioso: nadie me ha hablado bien de él. Ni siquiera lo elogian los que todavía se plantean votarle (existe gente para todo, también hay quien considera que los saltamontes constituyen un suculento manjar, o quien hace agujeros en el hielo de la tundra invernal y procede a zambullirse). Muchos le atribuyen una supuesta gran inteligencia maquiavélica. Otros agradecen su temeraria política de subvenciones. Pero no conozco a nadie que diga que el personaje le cae bien, o que ensalce su calidad moral. Por el contrario, abundan las definiciones con adjetivos de alto voltaje, muchos irreproducibles.

El día 28 de diciembre viajó a Líbano para visitar a las tropas españolas, enfundado en una curiosa cazadora que se ha inventado, torera, ocre y paramilitar. Algunos soldados pensarían que era un bromazo para el programa Inocente, Inocente: ¿qué hace mostrando afecto al Ejército, garante último de la unidad nacional, un individuo que está encamado con Oriol Junqueras y Arnaldo Otegi? Tras aquel viaje comenzó un gratificante silencio. Lleva cinco días sin agenda.

Está de vacaciones y no tenemos que verlo ni escucharlo. Qué delicia. Qué paz. No tenemos que contemplar sus andares altivos, bamboleándose con una sonrisa perdonavidas que denota un narcisismo empalagoso. No tenemos que escuchar la murga eco-feminista-trans-revanchista-igualitaria. No tenemos que soportar su grimoso argumento de que la culpa del golpe separatista de 2017 fue del PP, y no de Puigdemont y Junqueras. No tenemos que aguantar sus ataques a los jueces y los medios de comunicación que no le bailan el agua. No tenemos que oír esa vocecilla empalagosa que imposta cuando intenta ponerse entrañable. No tenemos que escuchar sus trolas económicas y sus plúmbeas divagaciones. No tenemos que contemplarlo arrastrándose genuflexo ante los separatistas vascos y catalanes y el populismo comunista mientras echa pestes de los partidos constitucionalistas leales a España.

Le deseo con todo el cariño que merece que continúe disfrutando indefinidamente del relajo que se está pegando en alguna parte con Bego y las nenas. Por mí como si no vuelve. Desde luego España sería un país mucho mejor sin un inventor de problemas artificiales, alérgico al juego limpio y experto en colocar motos trucadas.

Las encuestas empiezan a señalar unánimemente que millones de españoles lo quieren de vacaciones perpetuas. A día de hoy, los sondeos dicen que no repite. Aunque morirá matando. Al fin y al cabo, estamos ante el autor de la inolvidable votación-pucherazo tras una cortina de Ferraz en 2016. Si se ve agobiado, la cosa se nos puede poner de pedir observadores internacionales para garantizar la pulcritud en el ciclo electoral de este año. Sabido es cuál es el lema de su escudo de armas: «Todo me da igual».