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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Pedroche en bolas

La presentadora hace una enmienda a la totalidad al feminismo hiperventilado y castrante del Gobierno y de su ministra talibán

Cristina Pedroche tiene un mérito inmenso. Cada doce meses congrega a millones de personas frente al televisor, para despedir un año y saludar al siguiente, en un ritual que ya se ha hecho tan célebre como las propias campanadas con sus uvas.

Da igual que lo hagan llevados por la nostalgia de Sabrina, la italiana que enseñó el pecho más célebre de la Nochevieja ochentera española; por la curiosidad textil de su vestido; por la simpatía o el rechazo que suscite; para alabarla o criticarla o porque Antena 3 se ha convertido, por dimisión de TVE, en la cadena más familiar de una España sometida a un proceso de ingeniería social indigno que tiene en sus medios públicos un altavoz agotador.

Sean cuales sean las razones, la chavala se ha convertido en un imán y congrega a millones de feligreses en su liturgia anual, precedida por una expectación que suscitan pocos más en esa competición caníbal que es la televisión moderna, donde todo se mide al minuto y nada se hace por caridad.

Su campanuda presencia, reconocible incluso para quienes pacemos en otros prados anatómicos alejados del verde senecto, es además una lección para el feminismo hiperventilado, que es la versión moderna del viejo paternalismo autoritario, consistente en decirle a la mujer lo que tiene que hacer sin contar con ella, por su bien.

Porque en un país donde estar delgada, lucir tipo, explotar las virtudes físicas, ser guapa y sacarle partido a ello se ha convertido en algo sospechoso, y digno de prohibición, el despliegue de la presentadora es una enmienda a la totalidad.

La supuesta cosificación, que es la excusa barata para cargarse a las azafatas de todo torneo deportivo en el que trabajaban decenas de chavalas felices o para proscribir anuncios comerciales supuestamente lesivos, encuentra respuesta en una comunicadora, desinhibida y algo choni, que ha hecho fortuna desde la explotación libre y voluntaria de sus mejores recursos.

Sin una pistola apuntándole a la sien, sin la coacción que algunas, y algunos, suponen de antemano, dando por supuesto que una mujer nunca haría determinadas cosas si tuviera una alternativa que la sociedad heteropatriarcal le niega.

Los evidentes problemas que sufre la mujer por serlo, desde una violencia específica hasta una conciliación más compleja y una dificultad extra para triunfar o ascender; no se subsanan con las filípicas igualitarias de las cofrades de Montero, que las presentan a diario como una recua monolítica de enfermas, discapacitadas y débiles, necesitadas de una protección infantil inútil, además, para salvarlas de nada.

Y quizá tampoco lo haga Pedroche, que está atractiva incluso vestida, luciendo palomas de la paz o farolillos jerezanos. Pero la lección involuntaria que da a tanta bruja con cargo y chófer no tiene precio. El que ella cobre por ello es poco a cambio de la tunda que le arrea a las talibanas del Gobierno.