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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Y... ¡han vuelto!

Han vuelto porque el amor, cuando es verdadero, no es egoísta y perdona

Parece un cuento de Navidad. En algunos periódicos han merecido el protagonismo de portada. Vuelvo a recordar lo del pie de Pirri, aquel extraordinario futbolista –y médico– del Real Madrid. Sufrió una entrada brutal de un defensa contrario y su pie derecho se hizo añicos. Fue operado unos días más tarde. Coincidió su intervención quirúrgica con un ataque de las tropas de Vietnam del Norte a los Marines de los Estados Unidos. Fallecieron a centenares. El diario El Alcázar de Madrid, vespertino como el Informaciones, Madrid y Pueblo, dedicó su portada, íntegra, a la operación del gran futbolista. Una gran fotografía de un pie entre bisturíes, gasas y tijeras. Y en grandes caracteres se informaba: «El pie de Pirri». La Codorniz de Álvaro de Laiglesia se puso a la venta dos días después de la operación. Y dedicó toda la portada a una noticia deportiva de impacto universal. Una gran fotografía en la que se distinguía una bolsita transparente que contenía canicas de cristal. Y en grandes caracteres se informaba: «España vence a Trupinia en Canicas Sobre Grava». Hoy la gran noticia es que… ¡¡han vuelto!!

Ni pago por la exclusiva, ni vainas. Han vuelto porque el amor, cuando es verdadero, no es egoísta y perdona. Días atrás, me sentí compungido por la inesperada separación, la ruptura sentimental de un genio de la literatura. Conversaciones en la Catedral, Pantaleón y las Visitadoras y –se trata de una opinión personal– la mejor novela de los últimos treinta años, La Fiesta del Chivo. El gran autor se vio obligado a abandonar sus aposentos de «Villa Meona», y el amor se fue. Pero unos van y otros vienen. Y para compensar la pena de la ruptura de su madre con el escritor, ella, sin percibir ni un euro en concepto de exclusiva, ha perdonado a su novio y le ha regalado la oportunidad de una sincera y profunda reconciliación. Pocas veces, en los últimos años, me he sentido más feliz. La densa tristeza de un final, alegrada de golpe con la luminosa alegría de una segunda oportunidad. Ya sé que lo repito con frecuencia, pero me pinchan y no sangro.

Ella me cae muy simpática. Y de tonta, nada. Fui muy amigo de su padre, víctima de la primera y desconcertante andanada del covid, el puto virus chino, que caray con los chinos. No tengo amigos chinos, y si me apuran, no conozco a chino alguno. A su madre le dicen 'La China', pero se me antoja abrumadoramente injusto. Es filipina, y los filipinos son muy suyos, pero también muy nuestros. El novio no me convence. Claro, que la que tiene que estar convencida es ella, la novia, no yo. Su empaque, su apostura, me parece artificial. Ella es mucho más simpática, y le da mil vueltas en todos los aspectos. Si de mí dependiera o dependiese, le pagaría un pastón por la exclusiva de la reconciliación, que no está del todo descartada. Y la madre, hay que reconocerlo, es un fenómeno. Su colección de amores es insuperable. Un cantante universal, un noble de verdad, un vicepresidente del Gobierno y banquero, y finalmente, un Nobel de Literatura. Sólo le falta Messi.

A mi edad, aún escribo a los Reyes Magos, y reproduzco el tercer párrafo de mi última carta, fechada el 18 de diciembre de 2022. «El mejor obsequio que podéis dejarme, queridos y respetados Melchor, Gaspar y Baltasar, es que vuelvan a quererse, que se perdonen y que recuperen los regalos que un mal día se devolvieron. Y si fuera posible, que olvidaran los malos momentos que han experimentado durante estos meses de angustiosa separación. Os pido que vuelvan.»

¡¡Y han vuelto!!