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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Cuando había ropa tendida

Esta noche que acabamos de vivir es el triunfo de la belleza y la bondad frente al relativismo moral, los atajos éticos y la falta de valores; un homenaje inesperado y sugerente a Benedicto en su despedida

No hay nada mejor que un juguete donde volcar la imaginación. Una Nancy, un balón de reglamento, un puzzle, un Hogarín de dos pisos con cocina, un Madelman vestido de astronauta, el TBO o un Mortadero y Filemon o una Doña Urraca del Pulgarcito o un taco de plastilina, metidos cada uno de ellos en cajas, a veces cajas dentro de cajas, que velaban la sorpresa y multiplicaba nuestras ilusiones, y envueltos todos ellos en bonito papel de regalo. Los niños del baby boom, tan manoseados ahora por Escrivá y la Seguridad Social, me entenderán cuando lean este catálogo de felicidad, señoreada con papel celofán y con amor paternal, perfectos cómplices de la pureza de nuestra infancia.

Los sigilosos pasos nocturnos de nuestros padres, obligados a casi levitar desde el trastero al salón para no romper los sueños de ilusión que descansaban entre las sábanas de franela, eran la última utopía ideal antes de que la madurez nos azotara con las amargas decepciones de la vida. Era la revelación, la Epifanía, de un mensaje de tradición y liberación. Como Ulises, todos no tapábamos los oídos para no escuchar el canto de sirenas de muchos amiguitos que decían saber lo que escondía esa mágica noche. Todos escuchamos a las madres decirse entre ellas que había ropa tendida para extremar la discreción delante de nosotros, y todos creímos que era verdad, que la ropa estaba tendida, y nuestra fantasía seguía intacta.

Esta noche que acabamos de vivir es el triunfo de la belleza y la bondad frente al relativismo moral, los atajos éticos y la falta de valores; un homenaje inesperado y sugerente a Benedicto en su despedida. Los Reyes Magos existen y tendrían que ser declarados «Bien de Interés Cultural Inmaterial» y reivindicarlos como parte del patrimonio de nuestra infancia, como un coto a los desafueros, como definitivo antídoto contra los desengaños de la existencia y contra las mentiras revestidas de verdad.

Porque la verdad era esta, era la carta pintarrajada con tachaduras dubitativas que recogía la esperanza infantil, era la previsoria sentencia de tu padre de que solo los niños que creían en los Magos de Oriente eran obsequiados por Melchor, Gaspar y Baltasar, eran las prisas por acostarse sin sueño el día 5 de enero, la copita para los Reyes, las zapatillas donde dejarían los regalos, y era la trémula mirada de ilusión con la que tus ojos legañosos se encontraban a la mañana siguiente con la juguetería encima del descuadernado sofá de escay; era la supremacía del amor sobre las vanidades mundanas.

Era verdad. Existían. A pesar de su fama de solapar una mentirijilla, eran más verdad que las mentiras absolutas que la política nos vende como verdades. Había ropa tendida, pero era verdad. Ahora lo sabemos bien.