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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El esplendor del Palacio Real y la verdad

La ceremonia de la Pascua Militar muestra un gran país, pero en su corazón se ha metido la carcoma política de una alianza peligrosa

Si un periodista indonesio, con livianos conocimientos sobre España, hubiese sido enviado a cubrir la ceremonia de la Pascua Militar se habría llevado la impresión de estar en un gran país. Una nación de enorme solera, altura y respeto institucional.

El imponente Palacio Real, concluido en 1751, con 135.000 metros cuadrados y 3.418 habitaciones, es el más grande de Europa Occidental. El Salón del Trono deslumbraría al reportero foráneo con su magnificencia barroca en tonos rojos y dorados. Admiraría también los discursos del Rey y la ministra de Defensa, con sus elogios serenos a los ejércitos que protegen el país y su unidad. Observaría el porte institucional del presidente del Gobierno, vestido con un ceremonial chaqué y entendiendo que en este día el protagonismo corresponde al Rey (quien se cuidó de recordar en su alocución que es «el jefe del Estado y mando supremo de las Fuerzas Armadas»).

Si el reportero indonesio se documentase un poco aprendería que España ha sido uno de los países más importantes de la historia, cabeza en su día de un inmenso imperio ultramarino. España cambió el mundo con el descubrimiento de América y la circunnavegación. Su idioma es hoy uno de los tres más hablados. Y si la religión católica es universal, como su propio nombre indica, se debe a que la monarquía católica propagó la fe por todo el orbe.

Paseando por nuestras calles, el reportero extranjero vería a la gente disfrutando de la mañana de Reyes en un ambiente grato y en el entorno seguro de unas ciudades muy cuidadas. Percibiría calidad de vida.

«España es un gran país», concluiría el periodista indonesio, utilizando la misma expresión que empleó ayer Margarita Robles. Y en efecto, se trata de una nación extraordinaria. Pero empieza a no ser exactamente lo que todavía parece, porque en su corazón se ha introducido la carcoma de una izquierda peligrosa y porque su población está perdiendo los valores y la intrépida hambre de prosperar que distinguió a sus ancestros.

Al rascar un poco, el reportero guiri descubriría que ese idioma castellano que se habla en medio mundo aquí está prohibido en las escuelas de una región española y cada vez más proscrito en otras tres. Descubriría que en el impresionante Palacio Real ya no viven los reyes, pues se han mudado a un chalet grande en las afueras (con la consiguiente merma del brillo de la institución). Descubriría que el atildado presidente del chaqué, ese que asiste tan serio al acto de los militares, garantes de la «integridad territorial» según la Constitución, en realidad está aliado con los separatistas, incluido el partido sucesor de una banda terrorista y el de un golpista condenado a 13 años de cárcel (al que ha indultado por orden del propio delincuente).

Se enteraría también de que mientras el Rey y la ministra de Defensa ensalzan la lucha de los aliados de la OTAN por la democracia, aquí el del chaqué va minándola poco a poco, llegando al extremo de haber puesto en marcha una reforma de la Constitución por la puerta trasera al dictado de los separatistas. El periodista descubriría que el actual titular de la monarquía que llevó el catolicismo a todo el mundo no ha acudido al funeral de un maravilloso y sabio Papa, no sé sabe muy bien por qué, aunque sí a los fastos de Lula (condenado en su día en firme por corrupción). Descubriría que la ministra de Defensa, esa señora tan institucional, juez de carrera en las más altas magistraturas, calla como una tumba cuando su Gobierno y el partido que la ha nombrado acosan a los magistrados, cargándose la separación de poderes y llegando a la histeria antisistema de tachar de «golpista» al TC.

Pero si siguiese investigando todavía un poco más, el periodista indonesio llegaría a la conclusión de que el problema más apremiante de España, el foco de la infección, tiene cura. Votando libremente es posible dejar atrás este mismo año un calamitoso experimento político, que ha volteado nuestras instituciones y ha enrarecido la democracia.

Ahora bien, a veces hasta a las mejores naciones les entra un inexplicable frenesí por suicidarse a plazos. Veremos...