Fundado en 1910
Pecados capitalesMayte Alcaraz

Las bestias salen a la calle

Los sanguinarios hermanos de Otegi ya han brindado en módulos-spa. Sánchez ya sabe a estas alturas que para revalidar el poder su suerte está ligada a estos facinerosos

El tipejo que le tiene tomada la medida a Pedro Sánchez, como logró hacer con José Luis Rodríguez Zapatero, antes que cocinero de los enjuagues del PSOE fue terrorista. Un amigo con el que trabajé hace años tuvo que esconderse debajo de un coche en julio de 1979 para sortear los tiros –uno le alcanzó– que muy probablemente le disparó este energúmeno. No se pudo probar ante la justicia porque el cobarde iba convenientemente enmascarado, pero Gabriel Cisneros, mi querido Gaby, siempre creyó que embutida en el pasamontañas estaba la cara de Arnaldo Otegi Mondragón. También se sospecha que participó en el secuestro de Javier Rupérez –la venganza de ETA por no haber podido rematar la operación contra Gaby–. Que una compañera de comando lo denunciara tampoco sirvió para empurarle. El haber intentado reconstruir Batasuna bajo las órdenes de ETA le llevó a la cárcel en 2011, donde purgó seis años y medio, los justos para prometer a sus compañeros del talego que en cuanto llegara un tonto útil al Gobierno haría que los sacara de allí. Este fin de semana, el colectivo de presos se ha ufanado de ello.

Es muy costoso hacerse terrorista. Hay que alienarse y abandonar todos los sentimientos humanos para abrazar el camino de la extorsión y el miedo… y la bala y la sangre. Por eso no se deja nunca de ser terrorista. Se puede estar en comisión de servicios para primero exprimir y después destruir al Estado, pero terrorista se es hasta la muerte, que en su caso será natural. Y máxime si no se arrepiente y a lo más que llega es a balbucear una condolencia, más falsa que un duro antiguo de Cádiz, como el aludido individuo hizo el 18 de octubre de 2021, con motivo del décimo aniversario del día en que sus colegas dejaron de matar. Ese día no acabó ETA, como dice la izquierda cómplice. Ese día los terroristas dejaron de poner bombas a cambio de que Otegi y Bildu gestionaran su herencia con la «coalición de progreso». Como todo el mundo sabe, no hay nada más progresista que el asesinato de inocentes y la supremacía del vasco sobre el extremeño, el canario y el riojano.

Ahora que Otegi, que sigue callado como una tumba sobre la autoría de 379 atentados, ha contribuido a eliminar el delito de sedición para sus correligionarios catalanes (hoy por ti, mañana por mí) y que hace un año el Gobierno vasco asumió las competencias penitenciarias que le sirvieron para aplicar medidas de alivio penal y progresión de grado a los presos etarras, tras la inestimable ayuda de Transportes Grande Marlaska, la debilidad y la falta de escrúpulos dan la intrepidez a Sánchez para ir un paso más allá: soltar a las bestias a la calle.

Esta Navidad que acaba de irse, los sanguinarios hermanos de RH negativo de Otegi ya han brindado en módulos-spa. Porque Pedro Sánchez ya sabe a estas alturas que para revalidar el poder dentro de un año su suerte está ligada a estos facinerosos: solo con ellos tiene alguna posibilidad de continuar en el Gobierno. Así que, en cuanto Otegi negocie con Sánchez otra rebaja al Código Penal, que está en época de saldos, se tumbarán los artículos 36 y 76, últimos diques contra la impunidad de ETA.

Primero fue certificar que habían sido tan buenos que nos dejaron de matar; después vino el blanqueamiento y el otorgamiento de credenciales democráticas a Bildu; luego los convirtió en defensores de los derechos sociales impulsando leyes sobre la vivienda y las pensiones; y en breve se consumará el último impulso para que de su memoria desmemoriada desaparezca el horror y que los matones de Miguel Ángel Blanco, Ernest Lluch, Lacalle o Eduardo Puelles, entre otros, paseen por las calles del País Vasco con la tranquilidad que les da tener a su albacea tomando café en la Moncloa.