Fundado en 1910
HorizonteRamón Pérez-Maura

La dignidad

El Gobierno –conservador– le paga esa actitud impecable descartando un funeral de Estado para quien fue jefe del Estado durante nueve años. Cuánta diferencia entre los que saben ser dignos y los que sólo saben ser míseros

La muerte del Rey Constantino II de los Helenos es algo que nos toca cerca a los españoles por su estrechísimo vínculo familiar con nuestra Familia Real. Es verdad que todos los Reyes se consideran primos, pero para calibrar ese parentesco, con frecuencia hay que remontarse varias generaciones y asentar el vínculo en medio de cierta nebulosa. No es el caso entre el Rey Constantino y el Rey Felipe. Casi todos hemos tenido un tío o una tía que eran hermanos de nuestro padre o madre. Un vínculo de primer grado. Y ése es el que tenía Don Felipe con el fallecido Rey de los Helenos.

Las relaciones se entienden mejor si se ven en su contexto temporal. Cuando en mayo de 1962 Don Juan Carlos y Doña Sofía se casaron en Atenas, el que estaba haciendo la gran boda era él, «Juanito, el chicho de los Barcelona». Su padre vivía exiliado modestamente en Estoril y él estaba en España sometido al general Franco, por acuerdo entre éste y el padre del Príncipe. En cambio, en Atenas la Monarquía parecía estar consolidándose y de hecho el Rey Pablo sería el primer soberano griego en décadas que no fue derrocado en ningún momento. Por raro que suene, los griegos tenían cierta afición a derrocar y restaurar la Monarquía. Así pues, Juan Carlos hacía una buena boda. Pero el Rey Pablo murió en marzo de 1964 y su heredero, Constantino II, no supo gestionar los tres años que estuvo en el trono antes de que le dieran un golpe de Estado que él toleró temporalmente. Después intentó dar el contra golpe y fracasó, lo que le obligó a exiliarse en Roma, pero manteniendo nominalmente la condición de jefe de Estado y soberano hasta 1973.

Desde ahí a Constantino no le quedó más remedio que dedicar lo mejor del resto de su vida a mantener la dignidad. Los sucesivos Gobiernos griegos le persiguieron sin piedad, unos más que otros, perpetrando las más clamorosas violaciones de los derechos humanos como desposeer a alguien de su nombre. Por no hablar de la incautación de todas sus propiedades en Grecia por las que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos obligó a pagarle una compensación millonaria.

Aquella Familia Real griega que acogió a la Familia Real española en el exilio cuando se casaron los Príncipes Juan Carlos y Sofía, fueron muy bien recibidos en España. Estaban en el Palacio de la Cortes el día de la proclamación de Don Juan Carlos, eran frecuentes –durante muchos años– en el veraneo mallorquín. Y, sobre todo, Constantino fue un referente fundamental para Don Juan Carlos el 23-F. El Rey de España había aprendido del Rey de los Helenos los errores que no podía cometer.

Constantino era un hombre muy querido por sus pares europeos. Su relación con la Familia Real británica era estrechísima, hasta el punto de ser compadre del Rey Carlos III por ser el padrino del actual Príncipe de Gales. Comentaban algunos de sus iguales el esfuerzo que había realizado el Rey Constantino el día del funeral de Diana, Princesa de Gales. Fue un acto familiar en el que no estuvo representada ninguna otra Casa Real del mundo. Pero Constantino se sintió obligado a marchar en el cortejo por ser el padrino del hijo mayor de la difunta. Como me diría uno de sus pares «¡Constantino! ¡Estuvo allí pese a que era de todos nosotros el que más la odiaba!».

Con dignidad ha vivido sus últimos años en su patria, sin meterse en asuntos públicos. Y el Gobierno –conservador– le paga esa actitud impecable descartando un funeral de Estado para quien fue jefe del Estado durante nueve años. Cuánta diferencia entre los que saben ser dignos y los que sólo saben ser míseros.