Año constituyente
Es lo que hay: un desdichado año constituyente, sin políticos del menor fuste y con partidos delictivos hasta la médula. No tiene maldita la gracia
¡Qué pereza, volver a entrar en las esgrimas y añagazas de un período constituyente! ¡Al cabo de cuarenta y cinco años y sin necesidad alguna! ¡Y no ya sin consenso, sino en la más dura hostilidad de medio país contra el otro medio que haya conocido España desde los años treinta del siglo veinte! ¡Qué pereza y qué hondo desagrado, tener que perder el tiempo en las grisuras anacrónicas en las que solo se juega el sucio sueldo de los políticos! ¡Qué asco todo, y qué inevitable!
Pero de poco sirve negarse a uno mismo lo evidente. La Constitución de 1978 ha sido por completo desmantelada en los tres años de gobierno sanchista-peronista. El artículo 2, que fundamentaba la Constitución «en la indisoluble unidad de la nación española», pasó a mejor vida el día en el que se empezó a gobernar en Madrid sobre el soporte de un partido, Esquerra, que hace de la disolución de la nación española su condición de existencia. La igualdad ante la ley venía ya tocada por las sucesivas leyes que habían asentado tratamiento penal diferenciado en función de las características genitales. De la inviolabilidad del código penal, no quedó nada después de que los delitos del golpe de Estado en Cataluña fueran retroactivamente anulados. El robo fue legalizado, siempre que el robo fuera a beneficio de los partidos políticos; que, se me antoja a mí, debiera precisamente ser la variedad de robo más odiosa y más penada… ¿Sigo? No hace falta. Nadie que no sea imbécil ignora hasta qué punto hoy vivimos en un vacío constitucional que deja en la indefensión jurídica a los ciudadanos que aspiren a vivir su vida al margen del Estado y sus partidos, de bandos y de bandas.
¿Lo que viene? No hay enigma. Si Sánchez, junto a sus aliados –peronistas de Iglesias e independentistas de Junqueras– logra ganar las elecciones, el parlamento se trocará, de hecho, en Asamblea Constituyente. La independencia del poder judicial completará su extinción. El Constitucional quedará en instancia asesora del gobierno; o a la inversa. El Estado tomará forma federal. Monárquica o no, queda en el aire: eso dependerá de la docilidad o no de la corona. Cataluña y el País Vasco (con Navarra adosada) se transformarán, mediante transición rápida, en repúblicas independientes, acaudilladas por Esquerra y PNV. Nadie podrá sorprenderse. Si hay algo de lo que no sería justo acusar al trío Sánchez-Iglesias-Junqueras es de no haber sido claro. Todo está en la suma de sus programas electorales.
¿Y si es el PP quien gana, si Feijóo logra romper el techo de la mayoría absoluta? Todo le será muy difícil. Aun en el caso de que la consiguiera con solo sus escaños propios: la ya a anunciada resistencia callejera será una carcoma con costes muy altos. Y, si esa mayoría hubiera de construirla con los votos de una amalgama tan anacrónica como Vox, la debacle estaría asegurada en no demasiados meses. Mi impresión es que sobre esta última hipótesis cifra Sánchez toda su esperanza de retorno. Ojalá me equivoque.
Es lo que hay: un desdichado año constituyente, sin políticos del menor fuste y con partidos delictivos hasta la médula. No tiene maldita la gracia. Sí, ¡qué pereza!