El cáncer de Griñán
Una cosa es tratar un cáncer y otra extender la quimioterapia a lo que él y su partido hicieron durante lustros
La Audiencia Provincial de Sevilla ha decidido posponer la entrada en prisión de José Antonio Griñán, al menos mientras se somete al tratamiento médico por un cáncer recientemente detectado en la próstata.
No parece una medida osada ni injustificada y, por mucho recelo, indiferencia, asco o indignación que suscite el personaje, uno de los capos de la banda de los ERE andaluces; la humanidad debe prevalecer a poco que seamos algo distintos de las moscas, siempre felices en la mierda.
O del fiscal que se opuso, en situación oncológica aún peor, a permitirle a Zaplana seguir el tratamiento fuera de prisión, adonde estaba en condición de preso preventivo a la espera de juicio.
Es decir, el expresidente valenciano no estaba -ni está- condenado, a diferencia de la gloria andaluza del PSOE, reo en firme por la obscena trama que utilizaba toneladas de dinero público en consolidar un régimen clientelar que eternizara a los socialistas en la Junta. Algo mucho más grave, por cierto, que el trinque personal.
Porque, aunque nos ofendan estéticamente más esos casos de corrupción que enriquecen al corrupto con maletines, cuentas suizas y propiedades varias; tienen más consecuencias estos otros que conculcan las reglas del sistema democrático, alteradas por un dopaje ilegal que intenta boicotear la alternancia y financia votos cautivos para lograrlo.
Y también, por cierto, llenan de pasta los bolsillos de griñanes, chaves y compañía: eternizarse en el cargo también comporta unos ingresos fijos que de otra manera no se tendrían.
No habrán cogido sobres, pero han adulterado procesos electorales y se han gastado en sí mismos, y en sus conmilitones colocados, decenas de millones en sueldos, cargos y chiringos varios, como la Fundación esa que repartía tarjetas black para pasar noches de blanco satén en bares de lucecitas.
Pero el ejemplo de Zaplana, que parece tan inocente en su negociado como Griñán en el suyo, no debe servir para exigir el mismo trato al segundo que al primero, sino para esperar que al primero le traten como al segundo, sin menoscabo de que llegado el caso ambos paguen la factura correspondiente.
Entre la justicia y la venganza hay la misma distancia que entre un guardameta y que te la meta un guarda; y por muy tentador que sea sumergirse en la segunda, es siempre mejor para el alma quedarse en la primera y exigirla en todos los casos.
En el informe anual de Instituciones Penitenciarias correspondiente a 2021, último ejercicio cerrado, se consignan 13 muertes de presos, enfermos de cáncer, en sus celdas.
Pero también se evidencia la humanidad del sistema: 27.000 internos fueron atendidos en el exterior; 6.900 fueron excarcelados para someterse a distintos tratamientos terapéuticos y 535 sesiones de radioterapia, como las que necesita el expresidente andaluz, se realizaron fuera de los límites carcelarios.
No ganamos nada enchironando a un señor mayor enfermo de cáncer de próstata. Y no es un privilegio derivado de su condición de ilustre socialista ni de las malas artes de Pedro Sánchez, haciendo uno de sus apaños para indultar al compañero sin que parezca que lo indulta.
Lo que sí conviene es mantener alta la guardia para evitar que la quimio de Griñán borre también la huella de sus delitos y la perversa naturaleza del mayor caso de corrupción de la historia de España, al perpetrarse desde las propias instituciones para perpetuar a un partido en el poder.
Porque una cosa es aceptar la radioterapia contra un tumor y otra, bien distinta, olvidar la trampa barata del Gobierno para hacernos creer que hay malversadores buenos donde, en realidad, solo hay delincuentes enfermos adscritos a una peligrosa banda de ladrones.
Ellos, quillo, sí que eran un peaso de tumor.