Fundado en 1910
Perro come perroAntonio R. Naranjo

Okupas sí, fetos no

¿Qué está pasando en España para que no se pueda debatir sobre nada sin que la Inquisición «progre» te arroje a una hoguera?

En España es más incómodo defender a un feto que a un mapache. Y a una víctima que a un terrorista. Y a un católico que a un islamista. Y a una madre que a una abortista. Y a un trabajador que a un parado. Y a un propietario que a un okupa. Y a Carlos Herrera que a Julia Otero. Y a Feijóo que a Otegi. Y a un carnívoro que a un vegano.

La lista de binomios es inagotable, como el teorema de los monos infinitos que asegura que, si dejáramos a un chimpancé aporreando una máquina de escribir durante una eternidad, terminaría por escribir al azar toda la obra de Shakespeare. Cosa distinta sería el «Manual de supervivencia» de Sánchez, inasequible al plagio salvo para su propio autor, un doctor sin doctorado con cátedra en bulos.

No se plantea aquí la tesis de que, en todas esas comparaciones haya una buena y otra mala y que, por la tiranía ideológica orwelliana que nos inunda, se imponga indefectiblemente la segunda.

En no todas las parejas hay una opción perversa: no lo son el desempleado ni el musulmán ni otras, obviamente, pero sus casos también valen para consolidar la certeza de que en España ya se acepta mal el mero debate, el disenso, la réplica, el gusto propio, la elección personal; incluso en aquellos lances en los que es legítimo cualquier postura o, miremos al okupa, se defiende la correcta.

Hemos llegado a un punto en que se da el mismo trato al invasor y al invadido, al bestia y al pacífico, al grosero y al educado, al radical y al moderado, al agresor y al agredido, como si fueran primus inter pares o los excesos perpetrados lo fueran menos si se hacen en nombre de una causa supuestamente progresista o por unas razones de fondo, achacables a esa sociedad culpable de todo, que anulan la responsabilidad propia.

En el debate sobre la propuesta de Vox en Castilla y León, que no es la mejor pero no tiene nada de malo, no solo se ha reaccionado con ira ante la mera posibilidad de ofrecer una ecografía en 4D a las embarazadas que acepten la propuesta; sino que además se prohíbe debatir pacíficamente sobre el asunto de fondo, el aborto, como si hubiera que aceptarlo sin rechistar, sin dudar, sin tener miedo al error y al horror.

Jane Goodall, experta en monos y no precisamente conservadora, decía que una sociedad se empobrece cuando, al mirar hacia detrás y hacia los lados, ya no encuentra disidentes: cuidarlos, incluso para llevarnos la contraria, es definitorio de la salud de una democracia.

Pero aquí, en nombre de un progreso falso, se lanzan fatwas diarias, se prohíbe la alternativa, se proscribe la libertad de pensamiento y se graban a fuego en el frontispicio de la opinión pública una insoportable lista de anatemas de coránica obediencia ciega.

Hay un límite en que la tolerancia deja de ser virtud y se convierte en estupidez, venía a decir el amigo Burke, conocido por enfrentarse a saco a los defensores de la Revolución Francesa, para tantos germen de la Europa democrática pese a la sangre derramada, para él semilla de la elevación a los altares del poder público de la chusma más desvencijada moral, cultural e intelectualmente.

En un país donde ya se puede ser todo, incluso hombre y mujer a ratos, lo único que no se puede ser es libre para posicionarse contra las corrientes de pensamiento hegemónico, sustentadas en una vulgar tiranía política que simplifica todo al nivel de las leyes talibanes.

O lo digo de otra manera, a ver si se entiende: ¿cómo es posible que tantos se ofendan por ofertar una ecografía gratis a las embarazadas, por si acaso quieren verse por dentro; y que cada día impongan en las cajetillas de tabaco, en los anuncios de la DGT o en la publicidad alimentaria, tantas imágenes dantescas, agresivas o incluso distorsionadas de cuerpos, pulmones, bazos y páncreas destrozados?

La batalla cultural no consiste en derrotar a nadie, sino en no dejarse derrotar, aunque en las guerras, como Woody Allen, solo sirvamos de rehén.