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Pecados capitalesMayte Alcaraz

A buenas horas, doña Manuela

Antes de atacar a sus antaño compinches debería hacer su propia autocrítica doña Manuela, esa adalid de los Ayuntamientos del cambio que, quizá para promocionar su nuevo podcast, ahora ha descubierto que pactó con el diablo

Manuela Carmena se ha hecho retratar para el Ayuntamiento de Madrid por una artista multidisciplinar llamada Ángeles Agrela, que dice que investiga el alma de sus modelos para plasmarlo en sus obras. Uno va por la galería de retratos de la Casa de Cisneros y encuentra los de todos los regidores madrileños desde José María Garay, Conde del Valle Suchill, hasta doña Manuela, cuyo cuadro escanea sus entrañas a la perfección: retrato de señora sometida a un lifting, que ríase usted de los filtros que utilizan las influencers, y sobre el retrato de la buena mujer cae un puñado de margaritas que se esparce sobre todo el magnánimo numen de la pintora y el fondo azul chillón que lo acoge, cercado todo por un marco que no se salva de la lluvia floral.

La obra elegida por la exalcaldesa se ajusta como un guante a su mano: pura fachada, realidad virtual inmersiva, mentira disfrazada de verdad trufada de infantilismo postmoderno, impropio de una ciudadana de su edad y experiencia. Es decir, una loba con piel de cordero, a la que Pablo Iglesias eligió en 2015 para blanquear sus ya por entonces tóxicas siglas, con la imagen de una abuelita dando miguitas a las palomas, pero que repartió dogmatismo y normas guerracivilistas a manos llenas, escondido todo en las magdalenas que decía preparar todas las noches en su casa de Arturo Soria, calle madrileña tan propia para que viva una proletaria descamisada como ella se autoproclama. Al más puro estilo Galapagar.

Mientras, vendía la burra de buenas intenciones y cambiaba medio callejero de Madrid desde la indocumentación y el sectarismo, presumiendo castigar al franquismo pero maltratando de verdad a vecinos y comerciantes e insultando la inteligencia de todos y la historia de España. Se gastó miles de euros para rebautizar injustificadamente 52 vías de la capital, medidas que la Justicia fue tumbando. La última ha sido restituir el nombre a la calle de los Hermanos García Noblejas, en la que la memoria histérica de Carmena veía un alzamiento nacional.

Pero como más sabe el diablo por viejo que por diablo, doña Manuela, al final de su mandato, le salió rana al Kremlin podemita y terminó por renegar de Pablo Iglesias, entregándose de hoz y coz al enemigo de este, Errejón, imán del mismo polo y por consiguiente repelido, pero no por ello dejó de malbaratar con delirios comunistas la vida de los madrileños. Ahora, doña Manuela, caída del caballo, arremete en una entrevista en El País contra las Irene y las Ione, diciendo que no corrigen la ley del 'sólo sí es sí' por «soberbia infantil». Nunca es tarde para rectificar si se tiene un mínimo de decencia. Su historial como juez, antes de ser coronada como alcaldesa de la cuarta capital europea, tenía más flecos que un mantón de Manila, salidos de sus deshilachadas entretelas ideológicas: siempre del lado del mal, al que había que dar una segunda oportunidad.

Llegó al poder en la ola del populismo más cainita. No dio tregua a la oposición y arremetió siempre contra sus rivales políticos, sin piedad institucional. De su antecesora, Ana Botella, dijo antes de sustituirla que mataba de hambre a los niños más vulnerables en los comedores escolares. Para combatir ese hambre tuvo que tragarse sus palabras después, porque las políticas sociales de Botella eran escrupulosamente correctas.

Por todo ello, está bien que a Iglesias y Montero les vayan desenmascarando sus cómplices de tiempos pasados, sobre todo en asunto tan grave como la ley que ha rebajado penas a 200 violadores. Pero antes de atacar a sus antaño compinches debería hacer su propia autocrítica doña Manuela, esa adalid de los Ayuntamientos del cambio que, quizá para promocionar su nuevo podcast, ahora ha descubierto que pactó con el diablo. De ahí la eterna juventud en su retrato.