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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Sánchez es facha

El PSOE se alinea con Le Pen para proteger a Marruecos y deja una pregunta en el aire: ¿qué sacó Rabat del móvil del presidente?

El PSOE, comandado por Pedro Sánchez, se ha negado a condenar a Marruecos en el Parlamento Europeo por perseguir la libertad de información y, también, por alimentar tramas corruptas. Y lo ha hecho alineado con el grupo que en su día dirigió Le Pen: solo faltó que Jeffrey Dhamer, el entrañable Caníbal de Milwaukee, hubiera ejercido de portavoz socialista para que el cuadro estuviera completo.

La primera parte de la moción rechazada por el Partido Sanchista es infame, pero tiene lógica: Sánchez es a la prensa lo que Herodes a los niños, y todo aquel periodista o medio de comunicación que no le trate como una tailandesa experta en masajes con final feliz, es rápidamente señalado por su incipiente Ministerio de la Verdad.

Tampoco es una sorpresa que se niegue a condenar la corrupción con turbante: la principal detenida por dejarse untar por Qatar era socialista; y aquí mismo en España acaba de legalizarse el choriceo institucional, bajo el peculiar tipo penal ya conocido como la «malversación buena».

Lo mejor del autorretrato socialista en esta votación, no obstante, son las explicaciones ofrecidas por Su Sanchidad en una comparecencia junto a Macron, que se vino a Barcelona a ver si había un presidente autonómico más bajito que él y, también, a huir de la huelga general que le habían montado en Francia unos sindicatos de verdad, tan distintos a los encabezados en España por las madames o mesdames de las Casas de Lenocinio que un día fueron del pueblo.

Sánchez, para explicar la barbaridad, apeló a las «buenas relaciones con Marruecos», como si con eso llegara: el tipo ha llegado a un punto en que se cree con derecho a justificar cualquier postura con su mera aquiescencia, y a responder con tedio e impaciencia a cualquiera que se atreva a discutirla.

«Sí, Hitler es un poco nazi y mata a algunos judíos, pero tenemos buenas relaciones con el Reich».

Con todo, lo más indecente de todo es el subtexto que se percibe, más allá del retrato sanchista junto a Le Pen y Mohamed, suficiente para hacerle una cuchufleta cada vez que quiera activar en España otra alerta antifascista, exhumar de nuevo a Franco o ponerle a Vox un cordón sanitario.

Y ese subtexto tiene que ver con una historia añeja aún no resuelta que se puede resumir en una simple pregunta: ¿Qué le sacó Rabat de su teléfono personal, presidente?

Más allá de los gigas de selfies previsibles, ¿le quitaron algo lo suficientemente delicado como para que primero les regalara el Sáhara y ahora se alinee con la «extrema derecha» en la defensa de la corrupción y el liberticidio, con toda Europa mirando?

Que Sánchez tiene menos principios que un blatodeo en los urinarios portátiles de Vistalegre era conocido. Pero que lo demuestre con tanto estrépito cada vez que aparece en escena el Rey Moro merece un poco de atención y alguna pregunta, en sede parlamentaria, si alguien en la oposición tiene algo del valor de los reyes que echaron a Boabdil de Granada.

No es tan difícil, la cedo encantado al diputado que acepte el desafío: ¿Sánchez, qué tiene el espionaje marroquí de usted para que le pongan mirando a La Meca con un chasquido de dedos?