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Agua de timónCarmen Martínez Castro

La calle y las urnas

Hace mucho tiempo que las etiquetas de pureza democrática que expide la izquierda son motivo de cachondeo generalizado

¿Qué pueden tener en común un simpatizante de Vox, un intelectual de la gauche divine, un antiguo cargo del PSOE y cualquier militante del PP? Ya sé que parece el inicio de un chiste, pero no lo es. Probablemente, compartan muy pocas cosas y desde luego ningún planteamiento puramente ideológico. Pueden identificarse con una misma idea de la unidad de España y también con la defensa de la Constitución del 78 como un marco de convivencia y como un modelo de régimen exquisitamente democrático. Apostaría que también estarán de acuerdo en su apoyo a la monarquía y en su lealtad al Rey Felipe VI, que es el único damnificado por Sánchez que no puede abrir la boca para protestar. A partir de ahí, lo que se puede esperar es que surjan todo tipo de diferencias ideológicas entre ellos, salvo en un punto: todos consideran que Pedro Sánchez es un peligro para el modelo de convivencia que hemos compartido durante años.

La manifestación de ayer en Madrid fue un éxito. Miles de personas, de muy diversas posiciones ideológicas se sintieron interpeladas por esa llamada de un grupo de entidades cívicas a mostrar su apoyo a España, a la democracia y a la Constitución. Desde el diario El País se les acusó de trumpistas y el presidente del Gobierno les insultó equiparándoles a los sediciosos de Cataluña, pero ya no cuela. Hace mucho tiempo que las etiquetas de pureza democrática que expide la izquierda son motivo de cachondeo generalizado; casi tanto como las partidas de petanca fake que se organiza Sánchez en los parques a la hora de comer. Quienes ayer estuvieron en Cibeles pueden sentir el legítimo orgullo de saberse protagonistas de un acto cívico de innegable valor.

Pero a pesar de ese éxito ni la manifestación de ayer ni una decena que se pudieran convocar igualmente multitudinarias servirían para desalojar a este gobierno. Hace falta algo más que salir a la calle para mostrar nuestro malestar y es imprescindible mucho más que hacer carreras para alardear de quien es el más feroz opositor a Sánchez y sus políticas. No son ni el corazón ni las emociones, sino la cabeza y la racionalidad las que nos permitirán superar este periodo tan negro de la política española. En las últimas elecciones de Noviembre de 2019, las candidaturas de PP, Vox y Cs obtuvieron, entre las tres, 10.350.000 votos. Con algo menos Aznar consiguió su mayoría absoluta en el año 2.000. Eso es lo que significa la ruptura del voto del centro derecha: de gobernar con mayoría absoluta a tener que soportar la coalición Frankenstein.

El votante de conservador lleva demasiado tiempo desorientado. Primero le mareamos con aquello de la modernidad de Ciudadanos y luego con la vuelta a las esencias de Vox; pero él único resultado real de tanta excursión ideológica es que sufrimos el gobierno más radical y divisivo de nuestra historia reciente. Algunos sectores critican fieramente a Rajoy pero apuesto a que la mayoría preferirían seguir gobernados hoy por él y no por el virtuoso de la petanca. No olvidemos que una de las máximas que definen el conservadurismo sensato es que lo mejor siempre ha sido enemigo de lo bueno.