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Enrique García-Máiquez

Buena táctica, estrategia regular, moral mala

El PP actual se ha identificado tanto con las líneas ideológicas del progresismo y del nacionalismo blando que a poco que Vox le arranque cualquier cosa básica en las negociaciones, parecerá una barbaridad

El plan de Feijóo coincide con su querencia y consiste en volverle la espalda a Vox, sacándolo poco a poco del consenso socialdemócrata o democrático, que para él son análogos. Los hechos están claros. El fichaje de Borja Sémper es una declaración de intenciones. El afable Juanma Moreno Bonilla –que no se mete con una mosca socialista así le piquen y que va por la vida homenajeando a Blas Infante– arremete a muerte contra Vox a jornada completa. En la cuestión abierta sobre las tímidas propuestas provida, el posicionamiento popular ha sido con el PSOE. En la manifestación del sábado, la cúpula del PP brilló por su ausencia.

Como táctica no es mala. Vox cubre el flanco derecho con una gran solidez. Todas las encuestas le dan un índice altísimo de fidelidad de voto. Ahí se puede rascar poco o nada. En cambio, sí hay margen por el terreno abonado de Ciudadanos e incluso el de un votante clásico del PSOE espantado del monstruo de Frankenstein que han creado. Y estos nichos de votantes son alérgicos a Vox. Si al expansionismo electoral sumamos que hay un votante conservador del PP que jamás se bajará del barco por más cuernos ideológicos que le ponga su partido y que a Feijóo, según confesión propia, le tira el felipismo nostálgico, todo cuadra.

Cuadra como táctica. Como estrategia, empieza a ser regular. Lo complican las estadísticas. Éstas dicen que el PP para gobernar va a necesitar a Vox. Pongamos que no en todos los ayuntamientos ni comunidades, pero sí en bastantes, y seguro que en algunos tan paradigmáticos como para poner los pactos en primera plana mediática. Entonces la táctica de Feijóo de despreciar a Vox se embarra.

Para desatascarla tiene dos posibilidades. Subordinar a los de Abascal para que carguen con los bártulos peperos como los porteadores de una película de Tarzán. Eso están intentando ya mismo tantos capataces mediáticos. La segunda posibilidad es echar la culpa de los pactos rotos a Vox. Lo que explica que Abascal rehúya el choque frontal. Quiere que no puedan echarle encima el muerto de cualquier gobierno socialista por falta de acuerdo en la derecha.

Vox tiene margen para sortear ambas trampas. El PP actual se ha identificado tanto con las líneas ideológicas del progresismo y del nacionalismo blando que a poco que Vox le arranque cualquier cosa básica en las negociaciones, parecerá una barbaridad, como ha ocurrido con Juan García-Gallardo. Al PP el calendario electoral le complica la estrategia. Las municipales le obligarán a poner sus cartas sobre la mesa y entonces Sánchez aprovechará hasta las generales para explotar el filón de los pactos con Vox.

Pero peor es la moral de la jugada. Negando unos pactos inevitables, ¿no está el PP medio engañando a sus votantes? No del todo. Feijóo aquí es honesto: difunde que no quiere pactar con Vox ni atado, pero que, si no puede remediarlo, con mucho asco, pactaría.

En esta ocasión la falla moral no está, pues, en la mentira, sino en la maledicencia. Se envenena al votante tipo del PP contra Vox, obligándole a tragarse ese veneno enseguida, en cuanto los pactos sean necesarios. Además, se fortalece el discurso del PSOE y se le dan alas para hacer una oposición fácil y letal en todas aquellas instituciones donde gobiernen el PP y Vox. Se están armando los arsenales demagógicos de la izquierda desde el corazón del argumentario del PP.

¿Cabe otra alternativa si el centro, el centroderecha y la derecha se quieren abrir en abanico para lograr una mayoría que nos libre de Sánchez? Sí: la máxima claridad programática; y que ambos partidos se comprometan a aplicar sus programas en la misma proporción en la que contribuyan a la gobernabilidad. Entonces cabe pedir el voto para que tu programa se imponga al otro sin necesidad de demonizar a quien será tu socio de Gobierno.