Luz del crepúsculo
El retorno a la barbarie amenaza siempre a los hombres. Es ésa una lección mayor. No meditar con seriedad en ella, es ya estar sin remedio perdidos
¿Decaemos? La pregunta es vieja. Quizá retórica. Vivir –Aristóteles así lo describe en su prodigioso tratado Sobre la generación y la corrupción– es el nombre respetable, o al menos soportable, que damos a la corrosión que el tiempo pone en toda cosa: también en nosotros, y en todo cuanto pueda concernir al animal consciente del correr de tiempo e historia que somos.
Ignacio Gómez de Liaño nos lo recuerda en su último libro, que pone un espejo ante ese declive. El eclipse de la civilización es el análisis maravillado de cómo, desde lo que hoy nos parecería apenas una aldeíta al borde del mar Egeo, pudo iniciarse, hace 2.500 años, el mayor sendero hacia la inteligencia, la belleza, la dignidad de vivir que ha conocido nuestra especie: el eje que une a Atenas con Jerusalén y con Roma. También la amarga constancia de cómo aun eso, lo más grandioso, puede ser borrado de nuestra memoria. Hasta llegar al páramo cultural y moral de nuestro tiempo. El retorno a la barbarie amenaza siempre a los hombres. Es ésa una lección mayor. No meditar con seriedad en ella, es ya estar sin remedio perdidos.
No, no se entiende el tiempo presente desde la sola inmediatez, desde la urgencia de lo que nos envuelve y nos priva de horizonte comprensivo. Hay que echar la vista atrás para meditar este presente como etapa conclusiva de un ciclo histórico, en el curso del cual Europa fue inventada y es ahora destruida. Gómez de Liaño pone ese vértice en la cumbre que del pensar occidental viene a consumarse entre Cicerón y San Pablo: entre el estoicismo romano y el primer cristianismo. Un mundo regido por la sacralidad de lo verdadero, que atraviesa los textos de Cicerón, de Séneca, de Pablo de Tarso, porque «para los tres existe la verdad, pero en el caso de Cicerón, y en buena medida el de Séneca, el hombre sólo puede acercarse a ella mediante opiniones verosímiles. Y Pablo da por supuesto que el hombre puede hacerse con la verdad, la cual, existencialmente se ha encarnado en Jesucristo».
A esa culto de la verdad –de aquella alétheia inaugurada por Parménides medio milenio antes–, el autor contrapone la lenta caída que, a lo largo de mil cuatrocientos años, se consuma en la «tríada del eclipse»: la que, arrancando del fundacional irracionalismo islámico, acaba por culminar en los dos grandes modelos totalitarios que inauguran el siglo XX. De los asesinatos en masa de adversarios religiosos a los genocidios alemán y ruso, este Eclipse de la civilización nos pone ante un envite en el cual nos va la vida a nosotros y a los que detrás de nosotros vengan.
Y, en este mundo nuestro, al cual Estados impensablemente invasivos lograron transmutar en espectáculo moralmente miserable, en brutal impostura al servicio de poderes inasibles, el envite habría llegado al límite: «Tiranocracia o éticocracia», llama Liaño al callejón sin salida del hombre contemporáneo. No sé si la apuesta del autor es aún hoy verosímil. Pero vale la pena mantenerla. Aunque perdamos. Sencillamente, porque es la única apuesta que no nos envilece: «retomar la senda del itinerario intelectual y moral que alumbraron hace dos mil años Cicerón, Séneca, San Pablo». Y puede que esa sea la última línea de la luz en el crepúsculo.