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HorizonteRamón Pérez-Maura

Los animalistas acaban con los animales

La vida salvaje, la naturaleza, se defiende mucho mejor con el sentido común, con la aplicación de las prácticas tradicionales de sostenimiento y con menos leyes hechas desde los despachos. Y también con menos intrusión de Alá

En estos días en que estoy cruzando una amplia parte de Pakistán he tenido ocasión de cazar en varias zonas del país, invitado por mis anfitriones. Y me ha parecido curioso ver que en ambos países hay un choque cultural con similares consecuencias en su momento, pero diferente origen. Se trata de la proliferación de jabalíes, que en España pueden verse ya corriendo por las calles de muchas ciudades –al igual que en ciudades italianas– y en Pakistán ha tenido unas tasas de crecimiento incontroladas. Las razones tienen dos orígenes culturales en ambos casos, pero radicalmente distintas. En Pakistán el Islam no prohíbe cazar el jabalí, que es un cerdo salvaje, pero sí pone muchos problemas a la hora de recoger la caza porque el buen creyente no puede tocar a ese animal. Así que están deseando que lleguemos los infieles y les ayudemos a resolver su problema de conciencia. Como cuando los judíos ortodoxos ponen a un cristiano a llamar a los pisos del ascensor.

En España el origen del problema son las políticas animalistas más extendidas, que no entienden ni quieren comprender la necesidad del control poblacional de las especies. Está bastante demostrado que los cotos de caza tienen muchos más animales que los parques naturales en los que está prohibida la caza. Precisamente porque es imposible que nadie pague el mantenimiento de un coto de caza si no hay caza.

En España los animalistas están acabando con los animales. Lo hacen con enorme efectividad. En los últimos días ha circulado en la red un espectacular video de Beatriz Rosete, una cazadora, que recomiendo encarecidamente ver. Se titula «A ti, animalista» y es imposible explicar mejor lo que hacemos los cazadores y decirlo en menos de tres minutos, como es el caso.

Porque tenemos un movimiento animalista de salón, que nunca pisa el campo y que presenta a los cazadores como los enemigos del medio ambiente, del que en su inmensa mayoría saben mucho más que la mayoría de esos animalistas. Como acabamos de ver con el director general de derechos de los Animales, Sergio García Torres. De entrada, ya es un escándalo que exista una dirección que enuncia derechos para quien no tiene obligaciones. Todos los seres humanos tenemos algún derecho a cambio de tener algunas obligaciones. A los animales es imposible hacerles responsables de incumplir obligaciones. Pero este Gobierno les atribuye derechos aún así. Y claro, García Torres no tiene ni idea ni de derechos ni de obligaciones. Y la suya sería la obligación de dimitir, porque el pasado mes de junio declaró en un acto público que «una ley estatal que excluya a los animales de actividad cinegética no va a salir de nuestro departamento. Antes de eso, yo lo digo públicamente, la ley se tumbaría y yo dimito». Huelga decir que García Torres no ha dimitido a pesar de que no ha logrado aplicar a los perros de caza unas medidas que hubieran implicado la desaparición de las rehalas.

Recorriendo esta parte del mundo tan ajena a nosotros y nuestra cultura confirmo que la vida salvaje, la naturaleza, se defiende mucho mejor con el sentido común, con la aplicación de las prácticas tradicionales de sostenimiento y con menos leyes hechas desde los despachos. Y también con menos intrusión de Alá. De hecho, en estos días hemos podido cazar jabalíes porque ya esté generalmente reconocido que los empleados tienen que poder recoger los jabalíes sin por ello pecar. Pero sólo lo hacen los que están autorizados para ello. La mayoría de los que dan la batida para mover los animales no los tocan jamás. Tiene más sentido el Islam en Pakistán que los animalistas en Europa.

Como dice mi anfitrión –que es musulmán– «Alá no pudo crear ni animales ni bebidas que fomentaran el pecado en los hombres». Se pueden imaginar lo que incluye nuestro menú.