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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Wagner, asesinos a sueldo

Tal vez temía el Gobierno alemán que sus bonitos carros blindados les fueran devueltos sucios o con arañazos. Y prefería asistir al bello espectáculo bélico sin que la sangre lo salpique

Lastrado por la incompetencia mastodóntica de sus mandos, sobredimensionado con masas de reclutas sin la menor moral de combate, el ejército ruso ha acabado por ceder la iniciativa a una milicia privada. Bajo el tan simpático nombre de «Wagner» y bajo varias toneladas de quincalla ornamental, rescatada de las chatarrerías del Tercer Reich, Yevgueny Prigozhin concibió en 2014 el negocio más opulento: un cuerpo de mercenarios, disponible para todo aquel que pudiera pagarse sus altas cuotas en cualquier lugar del mundo.

Su crueldad no está sometida a ninguna ley de guerra. Sencillamente, porque no son militares, ni han pretendido nunca serlo. Son asesinos a sueldo: matar, torturar, violar o exterminar a la población civil es su rutina. Una rutina que va en el cobro de la soldada. Una rutina cuyas huellas, antes de que empezase lo de Ucrania, son indelebles en el continente africano, en el cual ese íntimo colaborador de Putin que es Prigozhin ha amasado su majestuosa fortuna. Mali, Sudán, Libia, la República Centroáfricana, Mozambique o Madagascar fueron escenario de sus fechorías. Y, cuando Nicolás Maduro temió por la continuidad de su tiranía, fue a la contratación de unidades Wagner a la que fio su permanencia.

El consejo general de seguridad nacional estadounidense, el viernes pasado, incluía en su listado de organizaciones criminales a ese ejército de asesinos profesionales: «Una organización criminal que comete vastas atrocidades y abusos de los derechos humanos». No, Wagner no es una fuerza militar. No, no es un grupo terrorista. Es una mafia delictiva, que no necesita ideas ni coartadas políticas. Sólo sueldo. Resulta perfecto, así, para un político tan pragmáticamente desalmado como Putin. Y es Putin el que ha dado la orden –que desaira a los propios militares rusos– de otorgar todo el protagonismo ofensivo a los asalariados de su antiguo cocinero Prigozhin. Ahora, en Ucrania, Wagner está supliendo ventajosamente al naufragado ejército regular. Y esa fuerza de desesperados, formada por 10.000 mercenarios de larga experiencia más 40.000 presidiarios, liberados de las cárceles rusas como pago por matar o hacerse matar, es el más duro soporte de la tiranía plena que sueña Vladímir Putin para su nuevo imperio.

¿Europa, mientras tanto? Europa dormita. Como siempre. Y Alemania, más que dormitar, se ha venido pudriendo en la larga infamia que convirtió a sus políticos jubilados en asalariados de lujo de Moscú, vía Gazprom. No, no es Ucrania sólo la que corre el riesgo de ser esclavizada. La dominación rusa tiene un objetivo más amplio: el continente europeo. Alemania ha dado en ser el laboratorio sobre el cual establecer cómo se puede poner de rodillas a un Gobierno sin disparar un tiro. Tan sólo privando de calefacción al país cuyas necedades ecologistas llevaron a cerrar la red de centrales nucleares imprescindible para su autonomía energética.

Y ahora, la vergüenza de los Leopard: esos blindados que Alemania se ha estado negando a proporcionar a un ejército ucraniano que hoy defiende la última frontera de Europa. Tal vez temía el Gobierno alemán que sus bonitos carros blindados les fueran devueltos sucios o con arañazos. Y prefería asistir al bello espectáculo bélico sin que la sangre lo salpique. Pero, si los asesinos Wagner que comanda Putin lograran devastar el territorio ucraniano, ¿alguien piensa, de verdad, que Rusia se detendrá en la frontera polaca? Ucrania anticipa Europa.