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Desde la almenaAna Samboal

El peligro de los bobos

De aquí a diciembre, apuntarán, con nombres y apellidos, a todo aquel que haya hecho algo digno de mención en su vida o carrera profesional, si consideran que, al hacerlo, puede revertir en el más mínimo rédito para ellos

«Es más peligroso un bobo solemne que un patriota de hojalata» –dijo Rajoy de Zapatero–. Lo de bobo puede prestarse a discusión para alguno, pero que los actos de un bobo encarnen peligro es incuestionable. Sobre todo, si el bobo en cuestión tiene poder.

Hay muchas formas de llamar bobo a alguien. La de Rajoy, que hizo correr ríos de tinta en su momento, fue explícita. También la que usó Messi, contra un jugador holandés, al término de un partido de Argentina contra los Países Bajos. Dio la vuelta al mundo. Despide un tufo de prepotencia que no le deja precisamente en buen lugar. La que ha empleado el presidente de Mercadona es certera y elegante, no se puede decir más con menos palabras: «Somos los que, junto a los directivos y empresarios generamos riqueza y bienestar. Si, después, lo que les toca gestionar lo saben hacer, pues hay riqueza para todos. Y si no, hay enfrentamientos».

Ya era hora de que alguno de los empresarios citados expresamente por las huestes de Pablo Iglesias les pusiera en su sitio. Sólo con escarbar un poquito en la historia de las marcas más insignes del tejido empresarial español para comprobar que han nacido del hambre, de la necesidad, del esfuerzo, de la superación personal, del sacrificio, del arrojo. Son vivencias, de generaciones en muchos casos, que ni pueden ni deben verse empañadas por el ansia de poder o la necesidad de notoriedad de personajes que no han dado un palo al agua en su vida.

Por blindada que esté por su entorno, por cegada que esté por sus prejuicios viejunos, la carcajada general que ha provocado el discurso de Roig tiene que haber llegado a oídos de la ministra. La prueba es que no ha tardado en darse por aludida volviendo a la carga con la misma monserga, haciendo buena la respuesta. De momento, no tiene otra en el argumentario, aunque ya se la escribirán.

La única obra digna de mención que se le conoce a Ione Belarra es la de haberse convertido en ministra del Gobierno de España. Y el mérito deviene de su estrecha amistad con Irene Montero. Su curriculum, en la web de la Moncloa, apenas llega a media página, a pesar de que hay doble espacio entre líneas. De su ejecutoria, algo más nutrida que la de su predecesor, que ni siquiera aparecía en las reuniones de coordinación con los consejeros autonómicos para velar por el bienestar de los ancianos en las residencias durante el confinamiento, nos deja una Ley de Bienestar Animal que trata con más cariño a las crías de ratón que el que su partido dispensa a las víctimas de agresiones sexuales que no son de su cuerda.

Y, sin embargo, al menos hasta las próximas elecciones, tendremos que soportar sus diatribas. Podemos, que llegó al Consejo de Ministros para hacer política partidista, no para gestionar, necesita una bronca a la semana para hacer saber que siguen ahí, para sacar la cabeza por encima de Yolanda Díaz o Alberto Garzón (otro ejemplar de brillante ejecutoria), para movilizar a los sus votantes, si es que alguno queda más allá de los límites del caserón de Galapagar. Por peligroso que resulte demonizar a una empresa que compite cada día, de igual a igual, con grandes marcas internacionales, que se mide en bolsa ante inversores de todo el mundo, lo harán. De aquí a diciembre, apuntarán, con nombres y apellidos, a todo aquel que haya hecho algo digno de mención en su vida o carrera profesional, si consideran que, al hacerlo, puede revertir en el más mínimo rédito para ellos. De ello viven, no saben hacer otra cosa.