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Perro come perroAntonio R. Naranjo

128.000 muertos

Un país normal tendría a Sánchez y su banda de Sanidad sentados en el banquillo y dando explicaciones de su temeridad: aquí les promocionan

Acaban de cumplirse tres años del inicio formal de la pandemia en el mundo, aunque aún faltaba mes y medio para que el compungido Sánchez adoptara las medidas confinatorias más duras del planeta, no tanto consecuencia de su precaución como de su necesidad de tapar la huella del crimen.

Porque este Gobierno cerró España entera, hundiéndola económicamente y sin evitar una de las mayores mortandades del mundo en la primera ola, no para prevenir un contagio masivo; sino para intentar maquillar que ya se había extendido el virus por su infame decisión de no adoptar medidas hasta pasado el 8M.

Porque para permitir la celebración de aquel Día de la Mujer, objeto de un pulso feminista entre Podemos y el PSOE con la ley del 'solo sí es sí' que hoy auxilia a violadores y pederastas, se consintieron también todos los eventos masivos que ayudaron a detonar y expandir una bomba virológica perfecta. Como no querían anular uno, los permitieron todos.

Los partidos de fútbol en Primera, el mitin de Vox, las misas, las carreras populares y toda concentración rutinaria que se pueda imaginar se desarrollaron en la primera semana de marzo a sabiendas, desde al menos finales de enero, de que estaba llamando a la puerta un coronavirus de la peligrosidad máxima nunca vista.

En un país normal, el Gobierno responsable de no haber paliado los estragos evitables de una emergencia sanitaria conocida de antemano, estaría sentando en el banquillo, sería objeto de comisiones de investigación o, como mínimo, tendría que rendir cuentas públicamente de sus errores y negligencias.

Pero esto es España, y aquí, los mismos que convocan huelgas por la falta de un médico en una casa de socorro en un pueblo, ayudan a Sánchez a correr un tupido velo sobre la cadena de despropósitos, mentiras y temeridades que nos pusieron a la cabeza europea de muertos y ruina, tapados con un Estado de Alarma inconstitucional y un Comité de Expertos tan falso como los jubilados de Coslada jugando a la petanca con el presidente.

Y con los tres máximos responsables sanitarios de todo este tiempo colocados en algún destino cómodo o manteniendo su puesto como si nada hubiera pasado: Salvador Illa es el líder del PSOE catalán, para ayudar a Junqueras a cambio de que Junqueras ayude a su señorito; Carolina Darias sigue siendo ministra y es la candidata socialista a la alcaldía de Las Palmas y Fernando Simón, el siniestro personaje elevado a los altares por la infantería sanchista, sigue al frente del departamento que, pese a tener toda la información con tiempo suficiente para haber minimizado el desastre humanitario, se concentró en dar coartadas al Gobierno para mantener su agenda política y después tapar su letal temeridad.

Que España tuviera en el primer mes de pandemia más muertos que nadie y, a continuación, la mayor pérdida de PIB de toda Europa, es una prueba incontestable de todo: si de verdad hubiéramos sido los más rápidos en atender la emergencia, no acumularíamos más cadáveres que nadie en aquel trimestre negro de 2020.

Y si no hubiéramos sufrido ese contagio masivo, tampoco hubiese sido necesario inducir la terrible ruina que aún pagamos para camuflar, con un encarcelamiento masivo y un cierre traumático de casi toda la actividad económica y empresarial, esa pavorosa negligencia previa.

No podemos ser, a la vez, los más diligentes y los más perjudicados, con 120.000 muertos reconocidos y quién sabe cuántos más olvidados. Como no podemos ser los más arruinados y los más eficaces.

Que todo esto haya quedado tapado, con un manto denso de impunidad, resume la naturaleza de Sánchez y la sumisión de sus adláteres, dispuestos a convertir las mascarillas de Almeida o las residencias de Ayuso en el único elemento de discusión pública mientras, a la vera de ambos episodios, se ha perpetrado una fechoría descomunal e impune, rematada con la indigna apropiación por parte de Sánchez de una vacuna que no era suya pero gestionó como si él la hubiera inventado.

Hay que tener pocos escrúpulos para aumentar un drama inevitable por razones sectarias; pero hay que tener también mucha jeta para presentarse luego como adalides de la sanidad pública. Es el pirómano presumiendo de bombero, con todo ardiendo a su espalda mientras chilla, con una caja de cerillas en una mano y una garrafa de benzina en la otra, cuidado con el fuego.