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El observadorFlorentino Portero

¿Somos?

Epaña busca refugio a la estela de las grandes potencias europeas mientras continúa en su empeño de destruirse a sí misma

El vértigo se va haciendo presente en las cancillerías aliadas ante la creciente y justificada demanda ucraniana de capacidades militares. Cuando estamos todavía tratando de asimilar las consecuencias y exigencias derivadas de ceder vehículos acorazados, ya se coloca sobre la mesa la petición de aviones caza. En apenas un año hemos pasado de tratar de contener la invasión rusa, reforzando la defensa ucraniana, a enviar armamento propio de un con-flicto de largo recorrido que puede derivar en otro más generalizado.

Nos involucramos porque no podíamos quedarnos de brazos cruzados ante tamaña agresión en territorio europeo. Éramos conscientes de que la invasión no habría ocurrido si Alemania hubiera sido más sensata a la hora de establecer acuerdos energéticos con Rusia o si hubiéramos estado a la altura de los acontecimientos cuando Rusia intervino previamente en Moldavia, Georgia, Crimea y el Dombás. O actuábamos o Rusia seguiría adelante en su empeño por reconstruir su antiguo imperio.

Si nadie parece querer engañarse sobre la gravedad de la situación ¿cómo es posible que en España no haya un debate parlamentario serio valorando las distintas opciones? ¿Cómo a nuestro presidente del Gobierno se le ocurrió ofrecer a Ucrania carros Leopard 2 sin saber que para ello necesitaba el visto bueno alemán? ¿Cómo nuestra ministra optó por no asistir a la reunión organizada por la Alianza en la base militar de Ramstein, enviando en su lugar a un director general, cuando era obvio que se trataba de tomar una decisión tan delicada para la evolución de los acontecimientos? ¿Cómo dicha ministra afirmó públicamente que los carros de combate disponibles estaban en tan mal estado de conservación que no podrían utilizarse, poco tiempo antes de anunciar que esos desechos serían enviados al frente ucraniano como muestra de nuestra solidaridad?

El problema se agrava cuando constatamos que un comportamiento tan errático, inmaduro y escasamente democrático se viene dando, una y otra vez, en nuestra política exterior. Todavía estamos a la espera de que el Gobierno nos explique el porqué del drástico cambio en nuestra política hacia Marruecos. El que nuestro presidente enviara una carta al Rey de aquel país modificando nuestra postura sobre el Sáhara sin haberlo tratado en Consejo de Ministros ni haber sido estudiado en el Ministerio de Asuntos Exteriores es, como poco, alarmante.

¿Qué fue de nuestra presencia en el espacio hispanoamericano? Mientras el canciller Scholz ha encontrado tiempo en su más que complicada agenda para visitar la región, nuestra presencia en aquellas tierras continúa difuminándose. Prima la diplomacia de partido sobre la del Estado, los intereses de algunos sobre los de todos, el entendimiento con los enemigos de la libertad y no con sus defensores.

Tan baja es la densidad de nuestra acción exterior que de liviana parece a punto de difuminarse. Ante cualquier presión se opta por la rendición preventiva, no sea que vayamos a tener algún problema que ponga en peligro el proceso político en marcha. Un proceso sin lugar a duda delicado, pues se trata de desbordar la Constitución desde los órganos llamados a preservarla, de trasformar un estado en una vaga confederación en el mejor de los casos, de poner fin a una experiencia auténticamente democrática mediante el control político de la judicatura. El objetivo final no es otro que acabar con el clásico sistema de checks and balances, de equilibro de poderes, controlando al judicial y eliminando la capacidad de control parlamentario.

El Partido Socialista ha visto desaparecer a sus iguales franceses e italianos y no quiere correr la misma suerte. Se ha puesto al frente de la marejada radical, pero la convivencia con los más exaltados se le hace crecientemente difícil. De ahí que evite discusiones en el Consejo de Ministros o en el Congreso que puedan poner en evidencia su precariedad.

El triste resultado es una sociedad abandonada por sus élites, que deambula sin conciencia por la política internacional. ¿Qué valores defendemos? ¿Qué intereses nacionales? ¿Por qué enviamos carros de combate? ¿Por qué hemos cambiado nuestra política hacia Marruecos? En estas circunstancias ¿podemos considerarnos una sociedad madura? De lo que no cabe duda es de que España dejó hace tiempo de ser un actor internacional. En su extrema prudencia ni debate ni cuestiona. Busca refugio a la estela de las grandes potencias europeas mientras continúa en su empeño de destruirse a sí misma.