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Desde la almenaAna Samboal

Antología del disparate

Dicen sin ruborizarse que la clave está en el consentimiento y todavía habrá alguien que se llame a engaño. Como si las violaciones, antes de que existiera Podemos, fueran consentidas

Rubalcaba nos advirtió de los riesgos que entrañaba el Gobierno Frankenstein que Pedro Sánchez anhelaba, con el único fin de convertirse en presidente. No se equivocó, a las pruebas me remito: menoscabo de la Corona, colonización y debilitamiento de las instituciones del Estado o centrifugación de la nación. Sin embargo, no sé si, a pesar de su agudeza mental, el hombre que sabía todo de todos llegó a imaginar que el consejo de ministros convirtiera la vida pública española en un sainete diario.

El último espectáculo público se ha escenificado al otro lado del Estrecho de Gibraltar. Medio Gobierno se ha desplazado hasta Marruecos para escenificar ante los españoles que se ha superado la crisis, la relación es fluida y el vecino un socio fiable. Sin embargo, el otro medio gobierno ha decidido no viajar. Y lo curioso es que no lo hace porque desconfíe de Mohamed, aunque probablemente les despierta no pocos recelos. Reniega de ese entendimiento porque está en profundo desacuerdo con la posición que su propio presidente ha adoptado, unilateralmente y de tapadillo, dejando a los saharauis a los pies de Rabat. No acaba ahí la farsa, hay más. Pedro Sánchez, el hombre que provocó la crisis alojando a un Brahim Gali sin papeles y en secreto en un hospital español, hace de tripas corazón ante la ausencia de sus ministros morados –todo sea por un viaje en Falcon en busca de destinos más cálidos– y, cuando llega a Rabat, el caprichoso y sibilino Rey le da con la puerta en las narices. Para bochorno de los españoles, en muchas cancillerías se habrán escuchado sonoras carcajadas por una reacción que se anticipaba como previsible. El colofón de la gala ha sido la ausencia del presidente de la CEOE al tiempo que los voceros oficiales trataban de mitigar el efecto del plantón del monarca aireando las bondades de un buen entendimiento comercial y empresarial entre ambos países. Hay que tener estómago para acompañar a Pedro Sánchez a una supuesta cumbre económica cuando él mismo y varios de sus ministros les ponen de vuelta y media cada vez que tienen la oportunidad.

Con todo, no es el viaje a Rabat la más lacerante de las representaciones a las que últimamente asistimos estupefactos. La que han organizado en torno a la ley del 'sólo sí es sí' se lleva la palma. El último acto del entremés pasa por tirarse los trastos a la cabeza: quién sabía y quién no sabía lo que iba a ocurrir. Todos estaban al corriente, aunque ninguno renegó de ella –Carmen Calvo incluida– presentando su dimisión. Se aprobó porque así lo exigió Irene Montero, porque era su vehículo de propaganda ante la inminente campaña electoral. Y el presidente la respaldó, ordenando el cierre de filas con su ministra. Algunos la apoyaron farfullando disidencias en sus conversaciones privadas, otros lo hicieron encantados de agradar al hombre que decide su destino profesional y alguno más –que todavía quedan buenistas– convencido de que la rebaja de las penas es un mandato constitucional. Si los medios de comunicación no hubieran hecho ruido, poniendo contadores de las salidas prematuras de la cárcel en la pantalla, la dichosa ley seguiría como está. Dicen sin ruborizarse que la clave está en el consentimiento y todavía habrá alguien que se llame a engaño. Como si las violaciones, antes de que existiera Podemos, fueran consentidas. Nos toman por idiotas, pero, ahora, ante la inminente cita con las urnas, no les llega la camisa al cuello. El impacto entre sus votantes, si alguno de los liberados antes de tiempo vuelve a delinquir –Dios no lo quiera– será demoledor. Y todo este esperpento, para volver al punto de partida, recuperando, posiblemente, la figura penal del abuso. No creo que la imaginación de Rubalcaba diera para tanto.