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Perro come perroAntonio R. Naranjo

El policía infiltrado en la comuna sexual

El curioso caso de un agente denunciado por unas okupas que no le dejaron descansar ni una noche y ahora le acusan de agresión

El caso es curioso. Un policía nacional estuvo infiltrado varios años en el movimiento okupa y antisistema de Barcelona, que es en esa categoría nefasta lo que Boston o Los Ángeles a la NBA, cortesía de Ada Colau, la calamidad que pasó de la nada a las más altas cotas de miseria, que diría Groucho Marx, logrando que su ciudad dejara de competir con París por ser la más bonita a hacerlo con Tegucigalpa por ser la más peligrosa.

En ese tiempo, según el testimonio ahora sabido, el agente se infiltró como nadie, hasta el final, si se me permite el eufemismo para narrar con decoro, y alguna risita, el éxito que al parecer consiguió en la comuna, donde las partisanas se lo rifaban como si aquello fuera «La Isla de los Okupas» y se emitiera en Tele 5.

Se desconoce si el policía en cuestión fue sorprendido, se cansó de esconder o de exhibir la porra o acabó su misión, pero a todas esas incógnitas se le añade una única certeza desvelada por algunas de sus ocasionales amantes, representadas por cuatro abogadas que comparecieron en público para anunciar una querella contra el susodicho, al que todas conocían por un nombre falso y un culo cierto.

Las letradas, en nombre de una asociación de nombre Iridia dedicada a los derechos humanos y de la CGT, que pasaba por allí, justifica las acciones legales contra nuestro Nacho Vidal de incógnito con el argumento de que, si bien las relaciones «sexoafectivas» fueron siempre consentidas, ninguna de las damas las hubiera culminado de haber conocido la verdadera identidad del policía.

Lo han llamado «violencia sexual institucionalizada», consideran que puede hablarse de «tortura», aseguran que se han conculcado «derechos civiles» y anuncian –pelos de punta– que en un «futuro inmediato» puede ampliarse «el número de mujeres afectadas». Eran cinco pero, sea por la mala rima del número o por otra razón, ya se habla de ocho, que también tiene copla dudosa.

Acabáramos: las okupas antisistema se consideran agredidas si mantienen relaciones sexuales voluntarias, reiteradas y colectivas con un tipo que no les dice ni su nombre real ni su verdadero trabajo, aunque todo lo demás que les ofrece, y aceptan de buen grado, es cierto, se puede tocar y palpar, como al parecer hicieron unas cuantas en «Villa Zángana» con afición cercana al paroxismo.

Por favor, no se rían. O sí, ríanse, que la vida está muy malita y tampoco vamos a perdernos estos ratitos de gloria, agradecidos a las activistas agredidas por el curioso método de sortearse cada noche al agresor, que el hombre dormía menos en la comuna que el mayordomo de Drácula en los Cárpatos.

Pero, cuando dejemos de reírnos, hagámonos una pregunta: si todo ya es una agresión sexual o un maltrato, nada acabará siéndolo. Si las antisistema querindongas son iguales que las violadas de verdad o si su sensación de vergüenza o de infelicidad es equiparable a la de Ana Orantes, todas parecerán para algunos igual de ridículas, de exageradas o de jetas.

La delincuencia sexual y los malos tratos son dos problemas lo suficientemente graves como para que no se invoquen en vano. Porque no es lo mismo, con perdón, un guardameta que te la meta un guardia.